
Me hablaba enojada para decir que dejase hablar al
corazón y que no me apartase de Dios jamás.
Que nunca, nunca lo hiciese, porque si así ocurría,
me quedaría como la mata seca que de nada sirve para morir sin más, ya que no
vería ninguna hoja florecer; que el espíritu interior sería tan invisible que
iría caminando hacia el precipicio; que cuando el Sol naciese ya no podría
verlo porque estaría tan ciega como el que no ve; que jamás podría ver el rocío
de la mañana caer sobre sus hojas; que las raíces estarían tan secas como el
estanque cuando le falta el agua y que las maldades serían tantas que irían
rodando, sin parar, al mismo infierno. La verdad que me asusté.
En caso contrario, decía con regocijo…, si dejas que
el Padre te visite, ocuparía, no lo dudes, un rincón en tu memoria; pero para
eso la tierra tendría que estar recién abonada y habitable para que pudiese
morar este Rey conjuntamente contigo. ¡Sólo los dos!
“¡Ay del hombre que tenga doblado corazón, y del
pecador que entra a la tierra por dos caminos!”
Dichosa serás, si el corazón lo
guardas para Él y recibes como huésped a tal Señor apartando todos los
obstáculos para vivir con Él y sólo para El.
+Capuchino de Silos
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