Pon atención, seguía diciendo, escucha con los oídos
del alma y no apartes un solo instante sus benditas palabras y pensamientos que
llegan para dar vida y sustancia al espíritu; ellos son como letras que quedan
grabadas con piedras preciosas para poder guardarlas con el mayor celo posible;
de ellas procede la vida, la revelación celestial, la mejor doctrina; es como
la lumbre que resplandece en un lugar oscuro; es la mejor herencia que un padre
puede dejar a un hijo. De esos pensamientos o palabras, se puede hacer un bello
libro para tenerlo siempre delante y que no sea necesario tener ningún otro.
Hay que guardar su enseñanza en el corazón como el guardián hace con el
palacio. El guardián lo cerca poniendo tres refuerzos en él: la castidad contra
la carne; la limosna contra el mundo y lo más hermoso que existe, el amor, la compasión,
la misericordia, la caridad y tantas otras virtudes, contra el demonio, que
siempre está al acecho para derribarlo. Así es como el guardián protege su
palacio.
Seguía hablando, con cara de preocupación ésta vez; hay
que ser como esos guardianes. Ser la defensa férrea, el guardián antipático y
fastidioso; proteger con bravura hasta el pasadizo para que nadie ose entrar.
Ese oculto palacio no es otro, decía con ardor, que
el corazón.
Mucho cuidado con el pensamiento, prosiguió, que es
como la raíz del árbol; si el árbol es bueno, el fruto será bueno; si fuese
malo su fruto sería más malo que el mismo diablo. Se requiere mucha atención y
tener bien abierto los ojos contra esos espíritus dañinos; hay que cerrarles
las puertas con empeño, mucho empeño.
Si el palacio tiene alguna rendija abierta que sea
para recibir el aire divino y que se puedan escuchar sus benditos silbidos.
+Capuchino de Silos
'