Venía hablando y andaba
deprisa; el silbar del viento hacía imposible oírla. Las últimas palabras sí
pude escucharlas. Tengo poco tiempo; a media tarde médico y comprar ciruelas.
Era casi telegráfico. Lo dejamos para mañana, le dije. ¡Imposible! El Señor
está antes que nada y este momento le pertenece.
Graciosamente, como si se
tratase de una exquisita bailarina, se colocó en el tronco del árbol que había
en el jardín invitándome a sentarme.
Los deseos de la divina
dulzura convierten a muchos pecadores comenzó a decir, pues no hay nada
imposible para nuestro Dios y Señor. Inclusive, hoy, muchos de ellos estarán en
el infierno, aunque, anteriormente, hubiesen sido amigos y hayan tenido grandes
goces, su caridad y su gracia.
¿Me quieres decir, continué
yo, que Dios me puede enviar al infierno pues lo merece la multitud de pecados
cometidos a lo largo y ancho de mi vida? Me quedé muerta.
A mí, le dije, Dios me da cada
día nueva gracia, pero sin conocimiento alguno. Esa gracia es como si fuese un
melón sin catar, me lo deja guardado secretamente para que solamente me llegue
su aroma. Imagino que eso mismo hará con tantas almas que finalmente caen entre
las llamas del fuego eterno porque no saben qué hacer. Te las tienes que averiguar
tú sola. Su ayuda es el melón que te ha dejado lleno de pepitas, que, además,
tienes que tirar a la basura y no tienes a nadie que te ayude a seleccionar cuál
es buena y cuáles no. Son muchos los melones y muchas las pepitas.
Mientras más te murieres y
perecieres, tanto mejor, dijo resuelta. Es entonces cuando tu alma se
encontrará aliviada del peso, aunque el cuerpo pueda desfallecer. Todas las cosas que
ocurren vienen de la mano del Señor y no queramos saber qué cosas son las que
causan más o menos cansancio en nosotros. Debemos confiar plenamente en Él y soportar el
peso de los melones. Él llevó la cruz mucho más pesada. Además, tenemos su
ayuda que, en ningún momento, nos faltará. Si esto no lo hacemos así, perderemos
toda la gracia que nos deja cada día. Debemos poner en ella los ojos para
conocerla, nuestras manos para abrazarla, nuestros oídos para obedecer, nuestra
boca para gustarla y nuestro cuerpo y nuestra alma para recibirla.
+Capuchino de Silo
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