Esas últimas palabras
llegaron a mí con claridad luminosa y un ardor convertido en ternura.
Sí, dije yo. Esas
gracias producen algunas veces, un gran descanso y amor; amor en retiro
monacal; otras veces alumbran el ingenio; otras, una gran alegría; otras, abren
las fuentes de los ojos que emanan aguas dulces de las fuentes del Señor; así,
tantas y tantas gracias que gustan tanto que uno no puede resistir de emoción.
Parece como si despertases de un bello sueño muy placentero. Si se comparasen
con otros tiempos, estos, parecieran que fuesen muertos o manchados con trazas
de carbón.
¿Te acordarás retener
lo que te voy a decir? Me miró como si recordase algo importante.
Cuando sople ese
aliento del Espíritu Santo, encendido con el amor de nuestro Dios deberíamos
tener presente cuatro cosas. Cuando leí lo que te voy a decir se me quedó grabado para siempre.
Hay que formar muy bien las
aficiones, limpiar las vivencias diarias, pulgar las palabras para que por ellas broten
nuevos tallos y filtrar los pensamientos que son los que peores secuelas dejan
en el alma.
Hallaremos entonces, muchas
imperfecciones en todas nuestras obras, tanto exteriores como interiores que se
han de ir depurando. Las intenciones se harán más rectas y las virtudes más refinadas
y delicadas. Las palabras al prójimo más amables, y los pensamientos mucho más
limpios y puros. Si queremos tener el medio, examinaremos el interior con Dios
y el exterior con los hombres.
Buenos, ¿no? Añadí yo.
Buenos, ¿no? Añadí yo.
Sí, claro. Así dispondremos
nuestro entendimiento y nuestra voluntad para con todas nuestras obras; las
tendremos presente como un precioso despertar de nuestras emociones diarias repletas de
sangre que se cuelan por todos los poros, de calor, como una amenaza persistente
en combate, y de luz que romperá el aire sombrío y lúgubre.
+Capuchino de Silos
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