
Hoy llueve sobre mi ciudad. El día amanece
con aire fresco que apetece como cuando era invierno y despierta emociones de
ayer opuestas y contrarias a las de hoy. Llueve como si fuese a morir alguien o
en realidad haya muerto. No sé. A veces me despido de personas en vida porque
pasan antes de pasar.
Pensando esto estoy, cuando surge mi
amiga bajo un paraguas transparente, quizás, para no llamar la atención.
Con este paraguas me mojo, dice, porque
el agua salpica al estrellarse en el plástico y algo, siempre, te llega. Pero
no importa. ¡Qué día tan bello! Siempre me he dicho que el agua de la
lluvia es la gracia que el Señor derrama sobre la tierra y me alegro. Siempre
es mucha su gracia.
Hace un gesto para coger el libro y nos sentamos, pero es ella la que primero lee y continúa hablando.
Finalizábamos el otro día con el secreto escondimiento. ¿Recuerda? ¡Claro que lo recuerdo!, le dije
Finalizábamos el otro día con el secreto escondimiento. ¿Recuerda? ¡Claro que lo recuerdo!, le dije
El escondimiento, por lo visto, es un
ejercicio. ¿Ves? Me mostraba el libro que estábamos leyendo.
Por lo visto es un ejercicio dónde Dios se esconde en lo más secreto del corazón de nosotros. Allí se
esconde Cristo con las almas, que son, más devotas. Con las suyas. Con las que
más quiere. Allí, en su misma casa, en su mismo templo. En ese pequeño santuario
que tenemos cada uno de nosotros es dónde nuestro Padre celestial ve lo que más
le agrada de nuestra alma. Cuando las
puertas de los sentidos están más que cerradas y limpias, viene el Señor y es
allí en ese profundo y escondido lugar, dónde dice Dios la palabra escondida de su
secreta amistad.
Déjame seguir un poco a mí, le digo.
Dios
es una locura infinita. Una locura de amor para toda la eternidad. No nos
podemos esconder de Él nunca, jamás; y está mucho mejor con nosotros cuando lo deseamos y cuando lo amamos desesperadamente.
Está en el pesebre de nuestra conciencia como cuando nació. En el establo de
nuestro corazón y nos esconde en ese escondimiento de una manera oculta
bellísima.
En realidad nos ayuda a que le amemos. ¿No crees?
Como dicen en las novelas...
Continuará.
Siempre terminas tú, pero no me importa.
+Capuchino de Silos
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