Nos acabábamos de sentar en una cafetería forrada
de madera; oscura, fea y desolada por lo enorme que era; estaba completamente
vacía, pero tenía calefacción. Las mesas se molestaban unas a otras esperando
no sé qué. Nosotras dos éramos las únicas sentadas una frente a otra.
- Cuánto tiempo ha pasado y sin poder ir a
ningún lado, le dije. ¡Maldita gripe! ¡Y qué frío! ¿no?
- No me has dejado ir a visitarte, me
decía dolida; casi sin poder oírla de lo bajito que hablaba.
-Sí, es verdad, pero temía contagiarte. No
te enfades.
-Bueno, me alegro después de todo porque
me he librado de mocos, toses, fiebres y malos humores. Ya te estás recuperando
de nuevo, gracias a Dios.
- Pues sí.
Después de producirse un breve silencio
tomó la palabra de nuevo como siempre hace.
- Si quieres, me dijo, te pongo al día de
lo que leo. Aquí, como no sea de algunos temas, no se puede hablar. Hay eco y
el dueño se entera de todo.
- Estoy con el último mejor libro. El
último es siempre el más jugoso para mí por lo que aprendo. Me embeleso. Es mi
último amor platónico. Te lo dejaré para que lo medites. Te hará tanto bien
como me lo está haciendo a mí.
- Habla de las lágrimas del recogimiento. O
como yo lo llamo: “agua de nieve”
No sabes cuánto gozo infuso puede llegar a
nuestra alma con esas lágrimas de recogimiento. Dice el libro que es como un
deleite sin aroma; sin condición alguna, sin profundidad, sin altura, sin
espacio. No nace, no agoniza. Nos hace entrar en su mundo para que lloremos, y
si hemos de morir…, para que sigamos llorando y suspirando de placer, de gozo
espiritual. ¡Ahora bien!, hizo una mueca; se requiere, una sola cosa: que hay
que tener un cierto recogimiento interior. Sí, eso dice. Con esas lágrimas, las
tinieblas se convierten involuntariamente en luz de medio día y el alma se
llena de resplandores. Son como la buena lluvia. Esas preciadas “aguas” nunca
faltan, nunca se agotan; pueden tardar, pero siempre llegan. El cielo las
acarrea, las conduce hasta la tierra más seca para hacer renacer la hierba de
nuestro huerto para regarlas. Llegan todas de arriba, del Padre de las altas
lumbres. Dice el libro, que por eso se ha de tener recogimiento, para que esas
dulces aguas humedezcan el huerto que se ha de regar; o esa bella fuente donde
las diferentes vías hacen fluir de nuestros ojos las gotas más suaves y
cristalinas que corren dulcemente por las mejillas. Ellas producen descanso,
fortaleza frente a la propia debilidad y desaliento. Dan mucho más de lo que se
pide. Esas lágrimas son para los ojos como el mejor de los colirios porque
producen bienestar y alivio y dulzura.
San Bernardo, dice el libro: “llores con
abundancia quien halle tiempo de llorar” “que tus ojos derramen arroyos de
lágrimas” “que tus párpados no tengan reposo para que tus ojos puedan mirar con
claridad la serenidad del resplandor”
Las lágrimas son como agua nieve que
descienden de lo más alto de la Cumbre, donde se halla el tesoro escondido del
recogimiento. Llevan todas las riquezas y enseñan el hermoso y bello camino en
el mar de las lágrimas. El Espíritu Santo las guía hasta encontrar la vía para
que fluyan.
Antes de la lluvia el cielo se encuentra
oscuro y sombrío, enmarañado y confuso. Después de ella, todo queda claro,
alegre y brillante como un hermoso diamante. Muestra su máximo esplendor y
hermosura sin impedimento alguno. Igual ocurre cuando las lágrimas han brotado
y descendido de nuestras nubes; se retira toda la niebla, toda la oscuridad,
toda la tristeza; queda tanta claridad interior, que las almas aparecen limpias,
cristalinas con un maravilloso brillo y divino gozo bajado del mismísimo Cielo.
-
No sigas, me dejas el libro que lo medite.
+Capuchino
de Silos
Dedicado a Ricardo
.