Ya mejorada de su congoja se puso firme como un guardia delante de
su jefe; le creció su figura y tomó la palabra para responderme. Como
siempre, me dio un baño de humildad. Pensé que sus palabras anteriores no eran
para preocupar. No me equivoqué.
El que mejor sabe de nuestros corazones, comenzó a decir, es Dios
nuestro Señor. Él sabe lo que nuestro espíritu desea para que podamos cumplir
su santa voluntad; nos enseña cuáles son las cosas que nuestro espíritu
necesita en todo momento, y más, cuando realmente lo amamos. Eso es así. Leí
hace algún tiempo en un libro que me prestaste, que San Agustín decía que “así
como el cuerpo se mueve por algún espacio, se mueve el alma por el deseo”. También
decía que, “el alma está donde más se ama que donde se desea” Yo te digo que no
se puede anhelar o desear por Él sin tenerle un gran amor. Es verdad. Si el
amor rebosa dentro de nuestro corazón el deseo será grande y ese mismo deseo,
supone amar a lo grande, a lo inmenso, a lo verdadero. Pienso que si amamos a Dios
nuestro Señor no es necesario que nos entristezcamos por no desearlo, el mismo
corazón nos moverá a seguir amándolo; y amándolo mucho más por vivir en este
valle de lágrimas como nos dice la Salve. Suspiraremos con verdadera locura por
Él sin que nadie nos empuje.
- ¿Te das cuenta? Al final eres tú quien mejoras mis argumentos
espirituales.
Hace un tiempo me prestaron un libro maravilloso de Santo Tomás de
Aquino. Comentarios suyos sobre el Padrenuestro. Te lo prestaré para que lo
medites y me lo comentas. Me encanta verte así de dicharachera.
+Capuchino de Silos