domingo, 31 de marzo de 2019

Pasado un tiempo...



Era muy temprano y ya el sol se estaba haciendo dueño del día que lucía blanco y limpio como el ajuar de una novia de las de antes. Al descorrer las cortinas y abrir el gran ventanal de la biblioteca, vi un rayito ligero iluminando uno de los ángulos del cuadro con paisaje de colores suaves que había hecho años atrás. Me gustó observar cómo el sol, despacio, casi sin sentir, se colaba por él hasta que lo llenó plenamente con sus ya rayos intensos. El paisaje apareció ante mí con otra luz, con otro color; mucho más atractivo. Fue el que no supe emplear cuando lo hice. Quedé satisfecha. Estaba mucho más bello. Lo retomaré, me dije.

Miré la hora. María estaba por llegar y, pensando esto, entró sin llamar. La puerta que daba al jardín estaba abierta y el olor de la hierba recién cortada inundó la casa. Se escuchaba el sonido de la máquina corta césped al otro lado de la casa y, por la puerta, asomaban colgando las glicinias en flor, en ramilletes rosados, como caídos del mismo cielo. Una estampa realmente preciosa. Tendría que hacer otro cuadro.

Miré a María que se había sentado en el salón y recordé un pensamiento bellísimo de S. Francisco de Sales:
“Esta pobre alma, que está decidida a morir antes que ofender a Dios, pero que no siente, sin embargo, una sola brizna de fervor sino, al contrario, una extremada frialdad que la tiene paralizada y tan débil que cae continuamente en imperfecciones patentes, esta alma malherida, pues su amor está enormemente dolorido al ver que Dios no parece ver lo mucho que le ama, abandonándola como a una criatura que no le pertenece, y piensa que entre sus defectos, sus distracciones y su frialdad, nuestro Señor le lanza este reproche: ¿Cómo puedes decir que me amas, si tu alma no está conmigo? Ese dardo atravesando su corazón es un dardo de dolor que procede del amor, pues si ella no lo amara, no le afligiría el temor que tiene de no amar”
Eran unas bellas palabras del Tratado del amor de Dios, libro VI, cap.15 de este gran santo que me hizo mucho bien en otro tiempo. Se las repetí a María que las acogió con lágrimas en los ojos. Había pasado ya un tiempo desde aquel rumor que corrió como una lombriz rastrera atravesando los muros de la iglesia.



+Capuchino de Silos







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