Al ultimar la limpieza del altar y del sagrario colocamos
el mantel almidonado blanco y purísimo con encaje de bolillo al filo y doblado en
abanico. Sobre ese mantel, delante del sagrario, un pequeñito corporal, tan
blanco como la nieve para apoyar el
Copón con el Santísimo cuando está en uso y a su derecha, a un palmo, un
pequeño y precioso vasito con agua y otro corporal doblado sobre él.
Se colocaron los seis altos candelabros dorados, tres a
cada uno de los lados y limpiamos el cristal de la lámpara que sirve de vasija
para encajar en su interior la mariposa roja que ilumina al Señor cada día. El
cristal quedó tan limpio y transparente que, al contemplarlo, sólo se veía la
lamparilla que lucía ilusoriamente al aire.
Miramos el conjunto que quedó precioso y dimos gracias al
Señor preparándonos para vestir el Altar Mayor con ropa limpísima e inmaculada.
¡Cómo se disfruta preparando algo tan hermoso para el
Señor!
Allí, en el otro altar, donde cada víspera de domingo o
fiesta se celebra el Misterio más grande jamás soñado, íbamos a proceder al
cambio de manteles usados por otros limpísimos y doblados igual que los
anteriores en abanico.
Sueño cada día con esa celebración donde mi Dios y Señor
se hace presente dándolo todo como lo hizo en esa semana grande de Pasión hasta
dar por nosotros su última gota de sangre y todo su amor. ¡Qué delicia poder
ponerle lo más hermoso colocado con el máximo cuidado y amor!
Terminamos poniendo los candelabros, la cruz y el atril
de bronce para el Misal y dimos por finalizado el trabajo.
Estoy segura que todos los ángeles y San Francisco
Javier, que así se llama la parroquia, nos ayudaron para que el Señor quedara contento.
Antes de acabar pedí un deseo a ese mi Dios y Señor que casi le
toco con mi mano su túnica.
¿Cómo será la Gloria, Dios mío?
Capuchino de Silos
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