viernes, 17 de abril de 2020

Mi buganvilla.




Cuando he abierto mi blog y veo: “Miércoles de ceniza”; mi vela sigue encendida… le digo a María que no voy a escribir nunca más.
…y aquí estoy.
Ella me mira fijamente. No cree lo que le estoy diciendo.
Y, cree bien. 
Mientras he estado meditando un poco sobre lo que está ocurriendo en el mundo, pienso que, si verdaderamente es un castigo permitido por Dios, el mundo entero debería darse cuenta que se vive mucho mejor así. Muchísimo mejor sin lugar a duda. El bullicio de los coches se ha acabado, los árboles brillan muchísimo más porque la lluvia los ha limpiado hasta de pequeñas partículas, y los nuevos retoños recién nacidos, se besan silenciosamente, como la sordina que nos acompaña. Todo es quietud y calma en la calle.
Solo una cosa nubla mi estado de felicidad.
Es no poder asistir a Misa cada día, confesar de cuando en vez, recibir a Cristo y estrecharlo; y decirle que esta hormiguita, que apenas se sostiene en el suelo, tiene un rinconcito en su diminuto cuerpo preparado para que viva y se quede a vivir en él; y en él sigue espiritualmente con muchas más caídas y faltas que antes. Es lo único que resta mi felicidad.
Miro al cielo. Un cielo ensortijado entre pequeñas nubes blancas que dejan entrever el azul siempre brillante y bello donde habitan los ángeles, los santos y el mismísimo Dios; allá arriba, muchísimos más arriba, casi inalcanzable. En ese instante, sumerjo mi mente buscando ese huequito azul lo más intenso que encuentro, para acercarme a lo que más amo. Y…, me doy cuenta que lo tengo a mi lado.



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