Doce en punto de la noche, como en el
cuento de La Cenicienta. Así fue llegando mi especial Miércoles de Ceniza. Llegaba
con el silencio y la mejor música que tiene la paz.
Antes, mucho antes, el prado había vestido
muy verde y brillante; como la intimidad y luz que vivía en mí en esa hora
de la noche comenzando la Cuaresma. Así me internaba en ella con la luz apagada
y una vela encendida iluminando mis primeros rezos cuaresmales.
Y… allí al fondo del prado verde, casi como
una gema, se dibujaban diminutas casitas en diferentes tonos de blanco cubiertas
por un manto azul intenso y profundo como el mar; pero... era el cielo que llegaba contando la
tarde en delicioso descanso.
Así llegaba también a mi sedienta alma, esa
gota de Cielo, algo ruborizada, por el exceso de un amor infinito y grande que recibía
como el mejor de los regalos del mismo Altísimo por mandato de Dios y Señor
mío.
¡Cuánto debería amarlo!
¡Cuánto debería amarlo!
+Capuchino de Silos
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