-Qué afortunadas somos.
Me lo decía mi amiga mientras caminábamos por el parque en un día realmente
precioso.
Nos fuimos a “las
palomas” recordando otros tiempos de uniformes de colegio cuando íbamos al
Parque de María Luisa los jueves por las tardes si no llovía. Siempre, desde
niñas, nos gustó sentir el revoloteo de las palomas y el picoteo de sus picos
en nuestras manos al darles de comer arvejones que nos vendían en los puestos
de chuches.
-Qué felicidad poder
disfrutar de tanta belleza y delicia.
Mira: ellas hacen su
oficio. Vuelan, anidan entre palmeras, viven entre árboles, comen y duermen.
Son santos animales que cumplen su misión cada día. Viven para Dios.
Cuando empiezas a hablar
nadie te calla, le dije.
-Me gustaría tener ojos
de paloma para no mirar maliciosamente a nadie; no mirar los males ajenos; ni
siquiera imaginar los males que tuviere. Caemos, con frecuencia, en esas
debilidades porque los hombres no somos como los ángeles; nos hacemos jueces de
todo y todos en lugar de fijarnos en lo que nos puede aprovechar si lo hacemos
con ojos de paloma. Todos los hombres tienen algo bueno que podemos aprovechar
como virtud para nosotros. Deberíamos mirar sólo lo bueno y ponerlo sobre
nuestro cielo particular como verdaderas estrellas. Unos tienen la virtud de la
humildad, en otros brilla la pobreza, en otros la discreción, el respeto, en
otros el menosprecio de sí mismo o la diligencia, en otros la ternura o la
compasión. Todas las virtudes se verán repartidas como se presentan en las
mejores joyerías las piedras preciosas. Todos y cada uno de ellos pueden ser
verdaderos maestros para nosotros e imitarlos. Si sólo miramos los vicios y
defectos de los demás, no sólo quedaremos ciegos, sino que dejaremos el caudal
de las virtudes que pueden enriquecer nuestras almas.
-¡¡¡Ufff!!! Muy buena
lección. ¿Algo más?
- No. Vamos a tomarnos
un refresco.
+Capuchino
de Silos
.