lunes, 30 de octubre de 2017

Buscando la gracia




Continuábamos, esta vez, muy cerca de casa, y se paró sin prisa alguna para seguir hablando de los sabios maestros.
-Desde muy pequeña me enseñaron a buscar la gracia que da el Señor a los que son buenos sacerdotes. Se aprecia de lejos. Las buenas y sanas costumbres que tengan lo suplen todo; suplen hasta las canas. Todas esas gracias cubren el halo del que es buen maestro de vocación. Lo decía con desparpajo y sin temor alguno. Yo estaba de acuerdo. Ella continuaba: han de dar muy estrecha cuenta a Dios de todos sus actos y lo saben plenamente. ¿comprendes? Cada día reciben bendiciones especiales del Altísimo y el que lo ama de veras, lo ama en cada aliento de su cuerpo. Saben enseñar. Están colmado de la gracia más santificante.
Le respondí muy bajito: es como el que no sabe pintar; difícilmente puede enseñar a hacerlo. ¿No?
SÍ. El que nunca tuvo silencio o vivió el recogimiento plenamente, puede dar consejo sobre él; al contrario, hará mucho daño y hasta dirá una cosa por otra, como te ocurrió a ti con aquel que me comentaste. Si la boca no habla de la abundancia que hay en el corazón, jamás podrá aconsejar al corazón de nadie.
Continuaba sin prisa alguna y casi sin escuchar.
Muchas veces, la mayoría, te puedes sentir perdida y has de buscar y rebuscar entre tus libros las respuestas que el corazón pregunta, o tener en ese momento a mano al maestro que diga como el Apóstol: “No oso hablar cosa que Cristo no obra en mí” Rom 15, 18.
Verdad es, que unos tienen unas virtudes y otros tienen otras. Pero el sabio, el que está “tocado” de la mano de Dios es diferente. Es de Dios y se aprecia, se nota. Otros, en su humildad más tímida, te pueden decir: esto mejor lo sabes tú. Pero el alumno deseoso de Dios tiene su alma siempre abierta para recibir de su maestro todo consejo y pone en él toda su confianza, pensando que si sigue esas lecciones sabias recibirá de Dios los mismos dones que tiene él.
¿Crees que esto último es de alabar o de criticar?
De alabar, sin la menor duda. ¿Lo pones en duda?



+Capuchino de Silos



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miércoles, 25 de octubre de 2017

El buen maestro




No era fácil para mí aceptar lo ocurrido, le dije. Me pasé mucho tiempo meditando y llorando después de aquello. El escarmiento me embargaba. Ya eran muchos.
He pasado, como tú, me decía, por momentos muy difíciles en mi vida y no termino de aprender por lo boniata que soy. Siempre me han dado “el palo” en el mismo sitio, y, lo peor es, que me lo siguen dando. Ya, lo único que hago es leer buenos libros y, que sean ellos los que me lleven a la meta para llegar sana y salva.
Te decía ayer que había que ser buen discípulo y saber escoger un buen maestro; pues bien. La llave de oro, la mejor de todas las llaves que existen, es encontrar un buen maestro que nos ayude a conocer y llegar a nuestro Destino. Un buen maestro, no hay duda alguna, que saca buenos alumnos; ellos mismos fueron, en su día, buenos discípulos. Saben cómo han de sembrar la simiente en el corazón de uno para que brote y cómo han de orar a Él con pureza de alma. Si el crecimiento de esa semilla no es bueno, difícilmente será bueno su desarrollo y todos los demás fines sin este, serían de muy poca utilidad. Si el espíritu de la piedad tiene una buena base es que el que instruye sabe sembrar para que de buenos frutos la planta. De ellos depende todo el bien que podamos recibir. La cosa en que más se puede desacertar o atinar es esta. No hay otra. Mal hace el que mal erra, que es lo que te ocurrió el otro día. El hombre no sabe cuál es lo mejor o peor y va dañando en lugar de ir enseñando virtudes. El pobre se fue formando sobre arena en lugar de cimentar su casa sobre roca que hace que ésta sea ninguna cosa buena y en lugar de adoctrinar daña el negocio propio y el ajeno. Digno de lástima es.
Recemos por él y su congregación.

¡Qué diría Santa Teresa!



+Capuchino de Silos

martes, 24 de octubre de 2017

El consejo.


De nuevo, por ser domingo, nos fuimos al parque.
Le conté lo que me ocurrió el día anterior; era el segundo resbalón que daba en aquel sitio.
Ayer precisamente, comenzó a decirme, leía que siempre hemos de tener como maestro aquel que más nos convenga a cada uno. Tenemos necesidad de aprender lo que no se sabe; buscar quien pueda enseñarnos y huir de los que no aportan ninguna riqueza; sentir la necesidad de buscar virtudes. Estar atentos con los oídos del alma, tenerlos bien abiertos e investigar el consejo del más sabio.
Me equivoqué, le dije. No tenía que haber ido.
Comprendo cómo debes sentirte cuando en el lugar del sabio/maestro/confesor, te encontraras con un mameluco alejado de Dios.
Por eso es tan necesario el recogimiento y leer buenos libros. El recogimiento mueve mucho el corazón y lo que no halles en los libros lo encontrarás en ese buen maestro/confesor/director o como lo quieras llamar. Después será el maestro divino quien ponga esa pizca de sal que le falte al guiso y tener a Dios en todo momento. Pedirle que enderece nuestro camino, que podamos recogernos y apartarnos de esas personas que son fulleras, engañosas y embusteras. Con ese pequeño lote de conflictos sería muy difícil encontrar la paz que el alma necesita para tener a Dios con nosotros.  
Hay que generar un amor entre discípulo y maestro, que casi como a Dios, has de temer y amar al mismo tiempo para no ofender al verdadero Maestro y como a Él obedecer en todo momento.
Si queremos ser verdaderamente buenos discípulos debemos buscar quien nos lo pueda enseñar tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. No creamos que por nosotros mismos pudiésemos encontrar nada. El camino a la obediencia es la senda más eficaz y real que nos puede llevar a lo más alto de la escalera dónde el Señor nos espera. No menospreciar ser un pequeño discípulo, aunque seamos viejos, y la persona que te enseñe, sea tan joven que pudiese llegar a ser casi un niño. Ahí está la verdadera virtud de la humildad.

Siempre lo haces fácil, pero no lo es, le contesté.

Terminamos en un vivero comprando preciosas flores.




+Capuchino de Silos





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viernes, 13 de octubre de 2017

En el parque




-Qué afortunadas somos. Me lo decía mi amiga mientras caminábamos por el parque en un día realmente precioso.
Nos fuimos a “las palomas” recordando otros tiempos de uniformes de colegio cuando íbamos al Parque de María Luisa los jueves por las tardes si no llovía. Siempre, desde niñas, nos gustó sentir el revoloteo de las palomas y el picoteo de sus picos en nuestras manos al darles de comer arvejones que nos vendían en los puestos de chuches.
-Qué felicidad poder disfrutar de tanta belleza y delicia.
Mira: ellas hacen su oficio. Vuelan, anidan entre palmeras, viven entre árboles, comen y duermen. Son santos animales que cumplen su misión cada día. Viven para Dios.
Cuando empiezas a hablar nadie te calla, le dije.
-Me gustaría tener ojos de paloma para no mirar maliciosamente a nadie; no mirar los males ajenos; ni siquiera imaginar los males que tuviere. Caemos, con frecuencia, en esas debilidades porque los hombres no somos como los ángeles; nos hacemos jueces de todo y todos en lugar de fijarnos en lo que nos puede aprovechar si lo hacemos con ojos de paloma. Todos los hombres tienen algo bueno que podemos aprovechar como virtud para nosotros. Deberíamos mirar sólo lo bueno y ponerlo sobre nuestro cielo particular como verdaderas estrellas. Unos tienen la virtud de la humildad, en otros brilla la pobreza, en otros la discreción, el respeto, en otros el menosprecio de sí mismo o la diligencia, en otros la ternura o la compasión. Todas las virtudes se verán repartidas como se presentan en las mejores joyerías las piedras preciosas. Todos y cada uno de ellos pueden ser verdaderos maestros para nosotros e imitarlos. Si sólo miramos los vicios y defectos de los demás, no sólo quedaremos ciegos, sino que dejaremos el caudal de las virtudes que pueden enriquecer nuestras almas.

-¡¡¡Ufff!!! Muy buena lección. ¿Algo más?
- No. Vamos a tomarnos un refresco.

+Capuchino de Silos




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