Continuábamos, esta vez, muy cerca de casa, y se paró sin prisa alguna para
seguir hablando de los sabios maestros.
-Desde muy pequeña me enseñaron a buscar la gracia que da el Señor a los
que son buenos sacerdotes. Se aprecia de lejos. Las buenas y sanas costumbres que
tengan lo suplen todo; suplen hasta las canas. Todas esas gracias cubren el
halo del que es buen maestro de vocación. Lo decía con desparpajo y sin temor
alguno. Yo estaba de acuerdo. Ella continuaba: han de dar muy estrecha cuenta
a Dios de todos sus actos y lo saben plenamente. ¿comprendes? Cada día reciben
bendiciones especiales del Altísimo y el que lo ama de veras, lo ama en cada aliento
de su cuerpo. Saben enseñar. Están colmado de la gracia más santificante.
Le respondí muy bajito: es como el que no sabe pintar; difícilmente puede
enseñar a hacerlo. ¿No?
SÍ. El que nunca tuvo silencio o vivió el recogimiento plenamente, puede
dar consejo sobre él; al contrario, hará mucho daño y hasta dirá una cosa por
otra, como te ocurrió a ti con aquel que me comentaste. Si la boca no habla de
la abundancia que hay en el corazón, jamás podrá aconsejar al corazón de nadie.
Continuaba sin prisa alguna y casi sin escuchar.
Muchas veces, la mayoría, te puedes sentir perdida y has de buscar y
rebuscar entre tus libros las respuestas que el corazón pregunta, o tener en
ese momento a mano al maestro que diga como el Apóstol: “No oso hablar cosa que
Cristo no obra en mí” Rom 15, 18.
Verdad es, que unos tienen unas virtudes y otros tienen otras. Pero el
sabio, el que está “tocado” de la mano de Dios es diferente. Es de Dios y se
aprecia, se nota. Otros, en su humildad más tímida, te pueden decir: esto mejor lo sabes
tú. Pero el alumno deseoso de Dios tiene su alma siempre abierta para recibir
de su maestro todo consejo y pone en él toda su confianza, pensando que si
sigue esas lecciones sabias recibirá de Dios los mismos dones que tiene él.
¿Crees que esto último es de alabar o de criticar?
De alabar, sin la menor duda. ¿Lo pones en duda?
+Capuchino de Silos
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