Miraba
la llamita roja que ardía en aquella soledad del Sagrario. Estábamos solos. Él
y yo.
Oía
su voz y me dejé amar por Él. Era el único que podía escucharme, comprenderme y
ayudarme. Estaba a mi lado y lo amé hasta no poder más.
Me
sentí nueva, renovada por ese nuevo bautismo, y la fe y la esperanza volvieron
a crecer dentro de mí como la planta más sana recobrando la alegría perdida.
Me
dejé abrazar abriéndole mi alma y le dije, agarrándome fuertemente a Él, que
quería estar siempre atenta a su llamada para no perderme; que quería serle
fiel hasta en los más pequeños detalles; responderle cada vez que me llamase,
meditar y profundizar en ese fatídico viernes donde encontró la muerte para no
olvidarme jamás de Él. Que sería su más fiel seguidora.
Ya,
con mi Señor vivo, allí en solitario, cualquier instante se me volvía oración
para acompañarle en aquella soledad del sagrario y siempre.
En
ese rinconcito sombrío del altar estaba con Él a solas, de rodillas, a sus
pies, para reconocer mi pequeñez, para buscar su mirada, su perdón...y decirle
que le amaba aunque fuese con la insignificancia de mi humilde corazón.
+Capuchino de Silos
Que seamos fieles a nuestro Señor y el Santo Espíritu nos permita serle fieles "hasta en lo más mínimo" y siempre!!!
ResponderEliminarUn abrazo a la distancia, feliz y bendecida semana.
Jesús vive y habita en cada uno de nosotros si sabemos escuchar.
ResponderEliminarAbrazos.