lunes, 15 de agosto de 2016

Las tres potencias.



"Tres potencias tiene nuestra alma:...
La fuerza de la razón.
La fuerza irascible con la que se defiende.
La fuerza que desea con la que se provee.
Estas tres potencias las debemos tener bien guardadas. Si no las tenemos bien guardadas y selladas, por cualquier rendija entra el demonio y hará daño de una manera o de otra. Así que debemos guardar nuestro corazón pues de él sale la vida. También debemos desear que venga el Señor a deleitarnos con los deleites del paraíso que es el mayor placer y don de Dios
Este bello paraíso que está en nuestro corazón fue plantado por Dios desde el primer momento de nuestra conversión que fue el bautismo, e infundió en él la fe, la esperanza y la caridad para favorecer esas tres potencias.
Cuando nos reprende nuestro corazón el Señor mismo viene a castigar nuestros excesos para que conozcamos nuestras culpas, y de alguna manera se nos carga con una carga muy pesada. Carga que lleva Él por nosotros haciendo leve y ligero nuestros pecados como una hoja que se lleva el viento"



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lunes, 4 de julio de 2016

Almas muertas en vida


Queridos hermanos, muchas almas que asisten a la Santa Misa y comulgan con frecuencia, almas buenas, con buena intención, viven sin ver a Dios, sin reconocerle. Acuden a la Santa Misa pero no les reporta nada espiritualmente; están estancadas en su vida interior.
Es el vacío de estas almas, es el vacío de la propia Misa a la que asisten, desprovista de todo lo sagrado, lo ceremonial, lo tradicional, de la propia realidad del Sacrificio. Estas almas asisten, en verdad, a una asamblea. La misma frialdad de la ceremonia y del oficiante, se contagia a los fieles, entibiando sus almas. Ya no ven a Dios. Muchas almas desean que termine pronto la asamblea, se cansan si dura más  de lo acostumbrado; no pocos sienten que no va con ellos, pero asisten si la cosa es rápida.
Si no hay Sacrificio muere el alma. Muchos reciben la Sagrada Comunión muertos espiritualmente, sin haber participado en el Sacrificio; les basta con haber llegado a tiempo a comulgar; o bien han estado ausente durante la Misa, o bien han participado en una asamblea, en una simple cena.
Cuánto daño hace a los fieles, a sus almas, a la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Sagrada Comunión en la mano, propia de una cena, de una comida. No me toques– Noli me tangere- le dijo el Señor a María Magdalena tras la resurrección; más cómo le tocó, besó sus pies y los limpió con sus lagrimas y secó con sus cabellos, antes de Su Sagrada Pasión. Tras el Calvario, sólo el sacerdote toca al Señor, sólo sus manos consagradas. La Sagrada Comunión en la mano, de pie, la ausencia del Santo Sacrificio, termina secando la vida interior de  las almas, dejándolas muertas en vida.
La falsa participación de los fieles en la Santa Misa, su activismo  en ella está en la línea de desvalorización del Sacrificio, de su anulación, de la participación en la asamblea que se reúne para cualquier cosa menos para vivir el Calvario.
Pero la verdadera participación de los fieles nos la enseña la tradición, la Santa Misa tradicional. Es la participación de la Santísima Virgen al pie de la Cruz, de San Juan, de María Magdalena. Participaban contemplando al Señor mientras lo crucificaban. El Señor abría sus ojos y contemplaba a su Santísima Madre y al discípulo amado, y se sentía confortado, porque los veía participar de su Pasión, de sus dolores. Ellos participaban como lo requería el momento, mirando al Señor y uniéndose a Él en sus intenciones.
Participar en la Santa Misa es ayudar al Señor, es unirse a Sus intenciones, es acompañarle al pie de la Cruz, es sufrir con Él, compartir Su dolor. Esto es participar del Santo Sacrificio. Participar es estar en el  silencio de la Cruz, es recogerse en oración ante el excelso  momento de la transubstanciación. Donde no esté el silencio respetuoso, está la errónea participación del bullicio de los fieles. Pero es así porque participan en una asamblea o reunión, pero no en el Sacrifico de Jesucristo.
Estamos inmersos en  la más grande crisis de la Historio de la Iglesia, por una razón que no se dio anteriormente: la negación del Sacrificio del Calvario. Realmente no se ha producido una reforma litúrgica, sino una verdadera destrucción de la tradición. Se ha pretendido una verdadera abolición de la Santa Misa tradicional, que no quedara el más mínimo recuerdo de ella. Mientras en las parroquias se permiten todo tipo de aberración litúrgica, al mismo tiempo hacia la Santa Misa tradicional hay un absoluto desprecio. Se abre las puertas a la ofensa, a lo vulgar y profano, ocurrente,  y se las cierra a la reverencia, a lo santo y a la tradición milenaria.
Cuántas almas muertas en vida, que ya no viven lo sagrado del Santo Sacrificio, que ni lo conocen. Acostumbradas a lo creativo del día y del momento, a la reunión de la comunidad;  los fieles se alimentan del vacío de estas reuniones. De nada se alimentan espiritualmente, en nada crecen interiormente, ya nada distinguen. Muertas interiormente ya no disciernen lo profano  de lo santo, el sacrificio de la cena o la reunión de la asamblea.
Nuestro Señor llora lágrimas de sangre. Llora sangre. Pero muy pocos lo saben porque el Señor se lo oculta, porque no quieren Su Sacrificio. Sólo el Santo Sacrificio da vida al alma, la mantiene en la firmeza de la fe, en la fortaleza para proclamarla, en la alegría de la esperanza y en el desprendimiento de la caridad.
Ave María Purísima.

Padre J. M. Rodríguez de la Rosa.



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sábado, 18 de junio de 2016

Padre



“Padre es una palabra que suena extraña al hombre de hoy, porque el hombre de nuestros días es huérfano. No tiene raíces más allá del espacio y el tiempo. Se encuentra perdido en un universo ilimitado, desciende del mono y se encamina hacia la nada.
Le han dicho que Dios Padre era el enemigo de su libertad, una especie de espía celeste, un padre sádico, castrador; es preciso confesar que la cristiandad histórica, tanto en Oriente como en Occidente, ha verificado de manera correcta esta acusación. Lo divino impersonal de las espiritualidades asiáticas hace soñar más que nada con una inmensa matriz cósmica. Sí somos huérfanos. El incesto y la homosexualidad, signos ambos de la ausencia de padre, asedian a nuestra sociedad. La muerte del padre se inscribe en el miedo al otro. Hay un extraño crecimiento de la nostalgia del Padre.
Este Padre va más allá de la dualidad sexual, un padre que es matriz, que “siente” a sus hijos como la madre, con todo su ser, con toda su carne, con sus “entrañas”, rahamin: matriz.
Sin embargo, Padre. El resultado, tal y como lo sugiere este simbolismo, no es de reabsorción sino de comunión, una comunión liberadora , que nos capacita para ir hacia los demás.
Padre significa que no estamos huérfanos, tenemos a quien recurrir, tenemos un origen fuera del tiempo y el espacio. Un universo situado en la palabra, el aliento, el amor del Padre.
Las nebulosas y los átomos -que también son nebulosas- aman al Padre de una manera impersonal, por su misma existencia; pero nosotros los hombres, podemos amarle personalmente, responderle conscientemente, expresar su palabra cósmica: de manera que cada uno de nosotros, por tener ese vínculo personal con el Padre, es más noble y más grande que el mundo entero.
Los rostros se inscriben más allá de la existencia, en el amor del Padre. Por lo tanto queda vencido el nihilismo de nuestro tiempo, en nuestro interior, la angustia puede transformarse en confianza, el odio en comunión. Es bueno vivir, vivir es gracia, vivir es gloria, toda existencia es una bendición. La gracia es la raíz de todo, una paternidad infinitamente misericordiosa que todo lo ama.
Nuestra teología, nuestra espiritualidad saben bien que el misterio del origen no puede ser encerrado en palabras , ni en conceptos. Jesús, sin embargo, nos revela que este es abismo –del que la India también habla- es un abismo de amor, un abismo paternal. Con Jesús, en él, en su soplo, nos atrevemos a balbucear: “Abba Padre”, palabra de una infinita ternura infantil, de una confianza llena de respeto, donde está contenida toda la paradoja cristiana. Además Jesús nos revela que esa paradoja, esa relación paradójica, no se da solamente en la relación del Padre con la creación, sino en el mismo Dios, en lo más absoluto de lo absoluto. En el mismo Dios está el origen sin origen, el Otro filial, y el soplo de vida y amor que reposa sobre el Otro y le lleva de nuevo al origen, y nosotros en él; en el mismo Dios la respiración del amor, ese gran misterio de unidad y de diferencia. Nosotros, a imagen de Dios, somos arrastrados a ese ritmo.
Tan sólo en Dios, entre el Origen y su Otro filial, en el Soplo unificador, la respuesta de amor es inmediata y absoluta la reciprocidad del amor. Nosotros, sin embargo, necesitamos tiempo y espacio, una especie de oscuridad para avanzar al mismo tiempo hacia la luz, y unos hacia otros. Con frecuencia, somos el hijo pródigo que despilfarra su fortuna con prostitutas, cuida cerdos, y le gustaría poder comer algarrobas. También entonces, sabemos que el Padre no sólo nos espera, sino que sale a nuestro encuentro. El mundo no es una prisión sino un pasaje oscuro, pasaje para pasar, pasaje que ha de descifrarse en un escrito más amplio- en donde todo tiene un sentido, cada uno es importante y necesario. Un escrito que redactamos juntamente con Dios.
Máximo el Confesor nos enseña a hacer en cada mirada atenta contemplativa a las cosas, una especie de experiencia trinitaria: el hecho mismo de que una cosa exista, que repose en el ser, nos remite al Padre “creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles (de esta manera cada cosa se convierte en lo visible de lo invisible); el hecho de que la cosa sea bella, se inserta dinámicamente en un orden, tiende hacia una plenitud, nos remite al Espíritu, al Soplo de vida, del cual decía Sergio Boulgakov que es la personificación de la belleza. Aprendamos a descifrar así la paternidad de Dios en las cosas, el Padre “con sus dos manos”, el Verbo y el Espíritu, como decía san Irineo de Lión, el Padre con su Sabiduría y su Belleza.
Con todo, la experiencia trinitaria más fundamental se inscribe en el hémon que sigue al Padre, en la segunda palabra del Padrenuestro: “Padre-de-nosotros”.
Dos cosas quisiera retener de ese “nosotros”. La primera es que debemos aprender a descubrir el misterio de Dios en el rostro del prójimo. El horror de la historia, sobre todo en nuestro siglo es que el hombre se arroga un poder absoluto sobre el hombre. (…) Debemos comprender que el otro, sea quien sea, publicano, prostituta o samaritano, dice Jesús, el otro, todo otro, es imagen de Dios, hijo del Padre, tan inexplicable, tan “inconceptualizable” como el mismo Dios. Sin otra definición mejor que ser indefinible. Aprendamos a no despreciar” decía un Padre del desierto. El otro es rostro, todo él rostro. Y ante un rostro, no tengo ningún poder. Como el rostro también es palabra, únicamente puedo intentar responder, hacerme responsable. Esto es válido para las relaciones de amor, de amistad, de colaboración, tanto a nivel familiar como social,en nuestras relaciones con los demás cristianos y en la vida política, ¡Recordad! No despreciar.”

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domingo, 22 de mayo de 2016

Cuerpo y Sangre de Cristo

La causa de la degeneración de la Iglesia ha sido casi siempre imputable a la negligencia y abuso hacia el Santo Sacramento del Altar. 
(San Juan Fisher, mártir. Corpus Christi).

El obispo Atanasio Schneider es conocido por su determinación en defender la Sagrada Comunión en la boca. Participó como auditor en el Sínodo sobre la Eucaristía del año 2005 (La Eucaristía: fuente y cumbre de la vida y misión de la Iglesia). En su relación habló del respeto hacia la Sagrada Eucaristía, recordando, para ello, el respeto que su propia madre le inculcó en los tiempos de la Iglesia perseguida en la Rusia comunista. Son múltiples sus intervenciones en coloquios y conferencias, siempre defendiendo con valentía y profundo amor a la Iglesia la dignidad y reverencia que supone recibir el Señor de rodillas y en la boca.
Tras su primer libro Dominus est, Reflexiones de un obispo de Asia central sobre la Sagrada Comunión (Librería Editrici Vaticana. 2009), ha aparecido en enero de 2014 su segundo libro: Corpus Christi. La Santa Comunione e il rinnovamento della Chiesa (Librería Editrici Vaticana).
Deseo comentar dos puntos del libro de gran interés y que ayudarán a ilustrar y a formar una idea lo más correcta posible sobre ellos; uno, sobre las funestas consecuencias del actual rito de la Comunión en la mano; y el otro, las razones teológicas y litúrgicas para recibir la Sagrada Comunión de rodillas y en la boca.
En primer lugar, La práctica moderna de la Comunión en la mano supone una profunda llaga (profonda piaga) en el Cuerpo Místico de Cristo, práctica que difiere esencialmente del rito análogo de los primeros siglos, donde al poner la Sagrada Hostia en la mano (en las mujeres sobre un paño), el fiel se inclinaba reverentemente y comulgaba directamente con la boca. Debido a la confusión y abusos respecto a la Sagrada Comunión, a partir del siglo VIII, por lo menos, se daba la Comunión directamente en la boca de los fieles, y de esta forma se conseguía poner más de manifiesto que la Santa Comunión no es una comida común, sino realmente el Cuerpo de Cristo, la sacralidad en persona.
El actual rito de la Comunión en la mano nunca ha pertenecido (mai appartenuto) al patrimonio litúrgico de la Iglesia católica. Esta práctica actual de la Comunión en la mano es un invento calvinista (inventato dai calvinisti), y difiere sustancialmente del rito de la Iglesia de los primeros siglos, y ha causado y continúa causando un daño de proporciones verdaderamente preocupantes, además de un daño a la recta fe (recta fede) eucarística, a la reverencia (riverenza) y al cuidado hacia los fragmentos eucarísticos (cura verso i frammenti eucaristici).
Las consecuencias son devastadoras para la fe eucarística:
·        Se ha llegado a un sorprendente minimalismo (minimalismo) en los gestos de adoración y de reverencia.
·        Se trata de un gesto reservado a la comida común (cibo comune), que causa a una gran cantidad de fieles, en especial a los niños, las percepción que en la Hostia Santa no está presente la Persona Divina de Cristo, sino más bien un símbolo religioso, en cuanto podemos tratarle como tratamos la comida común.
·        Se causa una abundante pérdida de fragmentos (perdita di frammenti) de la Hostia Santa, que al caer al suelo son pisados inadvertidamente por los que comulgan.
·        Se ha aumenta de forma de forma alarmante el robo (furto) de Hostias consagradas.
No hay en la Iglesia ni sobre la tierra algo tan sagrado (sacro), ni tan divino (divino), ni tan vivo y personal (vivo e personale) como la Santa Comunión, porque la Comunión es el mismo Señor eucarístico.
Es incomprensible como dentro de la Iglesia no haya personas que reconozcan esta llaga (piaga), considerando, por el contrario, este asunto como secundario (secundaria), y todavía muchísimo más incomprensible es que haya personas que dentro de la Iglesia la defiendan (difendono) y propaguen (diffondono).
Recuerda el Obispo Schneider que los temores del beato Papa Pablo VI en la Instrucción Memoriale Domini, del 29 de mayo de 1969 se han cumplido:
1.   Disminución de la reverencia hacia el augustísimo Sacramento del Altar.
2.   Profanación del mismo Sacramento.
3.   Alteración de la recta doctrina de la fe eucarística.
En segundo lugar, veamos las razones teológicas y litúrgicas para la recepción de la Sagrada Comunión de rodillas y en la boca. Para ello recuerda que no basta el culto interior, pues Dios se ha hecho hombre y por tanto visible. Por lo que un culto esencialmente interior no es coherente con la Encarnación. Tal culto sería un culto “platónico”, protestante y esencialmente gnóstico. El culto debido al Cuerpo Eucarístico de Cristo debe ser necesariamente exterior e interior. Ambas formas son inseparables.
Partiendo de lo anterior, añade que la simbología de la boca expresa de un modo convincente el contenido espiritual y religioso: el beso tiene la imagen de un acto de amor interior y espiritualizado (Por ejemplo, en el Cantar de los Cantares); en el Salmo 84, 11: la Justica y la Paz se besan, podemos pensar también en el beso litúrgico o santo beso fraterno (1 Cor 16, 20 etc.). La palabra adoratio se compone de os ad os (es decir, boca a boca). La palabra fuera de la boca: es imagen de aquella PALABRA Eterna que procede de Dios, y de Jesús que de Su boca insufla el Espíritu Santo (Gn 20, 27).
Además, Las palabras Accipite et manducate, se traducen literalmente como Recibid y comed, que fueron dichas directamente a los Apóstoles, sacerdote de la Nueva Alianza, no a la totalidad de los fieles. Si esto no fuera así, las palabras Haced esto en memoria mía se dirigirían, en consecuencia, a la totalidad de los fieles, que en virtud de estas palabras, hoy podría participar del sacerdocio ministerial. Por otro lado, la palabra accipite no significa tocar con la mano sino más bien la acción de recibir. La palabra accípere, por ejemplo, se encuentra en: recibid el Espíritu de verdad (Jn 14, 17): Recibid el Espíritu Santo (Jn 20, 22), etc.
La recepción de la Sagrada Comunión no se trata de de un acto externo de poder tocar con la mano, sino de un acontecimiento profundamente espiritual: se trata de un poder recibir el sacramento eucarístico con el corazón, con el alma, pero evidentemente también con el cuerpo convenientemente, esto es con la lengua y de rodillas.
La Iglesia vive de la Eucaristía. El Cristo eucarístico en el verdadero centro de la Iglesia, y por serlo lo es también la adoración. Lo primero es la adoración. Nunca podrá haber progreso espiritual, tanto personal como general en la Iglesia sin no hay una verdadera actitud de reverencia y adoración al Santísimo Sacramento. El rito actual de la Sagrada Comunión en la mano se ha revelado como una práctica no pastoral, que conlleva un gran perjuicio a la fe y a la piedad de los fieles.
Debería surgir una gran movimiento entre los fieles que unidos a la llamada de TODOS DE RODILLAS iniciaran la renovación de la Iglesia, desde abajo, recibiendo la Sagrada Comunión de rodillas y en la boca. Bastaría que algunos fieles o amigos se pusieran de acuerdo y juntos comulgaran de esta forma, ayudándose espiritualmente unos a otros. La práctica demuestra que cuando unos empiezan a arrodillarse otros los siguen.
Adoro te devote latens Deitas. Te adoro con devoción Dios escondido.
Todos de rodillas.

Padre J. M. Rodríguez de la Rosa

lunes, 9 de mayo de 2016

Entrevista a Benedicto XVI

El 16 de marzo en una rara ocasión, el papa Benedicto XVI habló públicamente, al conceder una entrevista a Avvenire, el diario de la Conferencia Episcopal Italiana, en la que habló de una “profunda crisis de dos caras” con la que la Iglesia se enfrenta a raíz del Concilio Vaticano II. El informe ya ha golpeado la cortesía de Alemania  en el vaticanista Giuseppe Nardi, de la página web de noticias católica alemana katholisches.info.
El papa Benedicto nos recuerda la convicción católica anteriormente indispensable de la posibilidad de la pérdida de la salvación eterna, o que la gente vaya al infierno:
Los misioneros del siglo XVI estaban convencidos de que la persona no bautizada se perdía para siempre. Después del  Concilio [Vaticano II], esta convicción fue definitivamente abandonada. El resultado fue una profunda crisis de dos caras. Sin esta atención a la salvación, la fe pierde su fundamento.
También habla de una “profunda evolución del dogma” con respecto al dogma de que no hay salvación fuera de la Iglesia. Este supuesto cambio del dogma ha llevado, a los ojos del Papa emérito, a una pérdida del fervor misionero en la Iglesia – ” se eliminó cualquier motivación para un compromiso misionero futuro”.
El papa Benedicto hace la pregunta penetrante que surgió después de este cambio palpable de la actitud de la Iglesia: “¿Para qué tratar de convencer a la gente a aceptar la fe cristiana cuando se pueden salvar incluso sin ella?”
En cuanto a las otras consecuencias de esta nueva actitud de la Iglesia, los católicos mismos, en los ojos de Benedicto, están  menos unidos a su fe: Si existen  aquellos que pueden salvar sus almas con otros medios, “¿para qué los cristianos se sujetan a la necesidad de la fe cristiana y su moral?”, preguntó el Papa. Y concluye: “Pero si la fe y la salvación no son más interdependientes, incluso la fe se vuelve menos motivante”.
El papa Benedicto también refuta tanto la idea del “cristiano anónimo” desarrollada por Karl Rahner, así como la idea indiferentista de que todas las religiones son igualmente valiosas y útiles para alcanzar la vida eterna.
“Incluso menos aceptable es la solución propuesta por las teorías pluralistas de la religión, para lo cual todas las religiones, cada una a su manera, serían vías de salvación y, en este sentido, debe considerarse equivalente en sus efectos”, dijo. En este contexto, también alude a las ideas de exploración del ahora fallecido cardenal jesuita, Henri de Lubac, sobre supuestamente “sustituciones vicarias” de Cristo que ahora tienen que ser nuevamente “reflexionadas”.
Con respecto a la relación del hombre con la tecnología y el amor, el papa Benedicto nos recuerda la importancia del afecto humano  diciendo que el hombre todavía anhela en su corazón “que el buen samaritano venga en su ayuda”.
Y continúa: “En la dureza del mundo de la tecnología – en el que los sentimientos no cuentan más – la esperanza de un amor salvador crece, un amor que se da libre y generosamente”.
Benedicto también recuerda a su audiencia que: “La Iglesia no está hecha a uno mismo, que fue creada por Dios y se forma continuamente por Él. Esto se manifiesta en los sacramentos, sobre todo en el del bautismo: entro en la Iglesia, no por un acto burocrático, sino con la ayuda de este sacramento”.  Benedicto también insiste en que, siempre, “necesitamos la gracia y el perdón”.



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miércoles, 6 de abril de 2016

Apasionante experiencia en un Seminario Santo.


Hace años mi director espiritual me aconsejó probar una temporada en el Seminario para discernir si el Señor me llamaba a la vida religiosa. Tras la prueba, los Superiores me aseguraron que no era esa la voluntad de Dios y lo acepté con paz y conformidad. Además fue una experiencia maravillosa que marcó mi vida y quiero compartir con ustedes.

Un día inesperado el beneplácito divino, murmullo de suave brisa, susurró un mensaje diáfano. Reverberó en la roca del Sinaí una voz penetrante y amorosa, proveniente de la eternidad. En la esfera terrenal lo revelaba el sereno timbre de voz del Superior, que con suma clemencia y solemne sosiego clausuró mi ciclo de prueba como religioso. Ratificó con convicción los patentes renglones de la voluntad de Dios sobre mí. Afirmó, para confortarme en el desconsuelo, que mi noble actitud en la tentativa no era acreedora de la más leve amonestación.
Fue un período muy bendecido, pero de sabor agridulce, a la sazón regocijado en el lumínico palacio interior, pero también confinado en las tétricas ergástulas de la noche oscura. Para condensar el jugo de estas vivencias, a modo de gota en el océano, voy a relatar, como transcurría una jornada en el Seminario en los días dichosos del primer amor.
Tras la conversión varios sacerdotes timonearon la hermosa galera de mi vida espiritual, con el rostro de Cristo por bandera. Llegó la tormenta y fui herido por el rayo de la gracia. Dejé que el Señor quemase el fastuoso navío de mi seguridad y me llamó a la orilla pronunciando mi nombre. Las cenizas de mi yo fueron arrojadas al mar, como ofrenda expiatoria del que moría al mundo. Arranqué de cuajo, sin anestesia, las raíces de mi querida Zaragoza, familia y amigos. Todo mi mundo fue sepultado en la fosa del pasado. Partí en dirección a Trujillo, Extremadura.
Me sobrecogió la incomparable perspectiva nocturna de la pulcrísima Turgalium romana. Villa de abolengo, pintoresca, pingorotuda y altiva sobre la planicie. Allí sobreviven a la historia y a la tristeza iglesias sobrias, parcos baluartes y palacetes sin alardes, aglutinados en un portentoso conjunto monumental, coronado por la cámara de la Reina, la Plaza Mayor, renacentista, grandiosa, amparada por preciosos pórticos. En su centro emerge la estatua ecuestre de Francisco Pizarro. Nos predica conquistas y heroísmos audaces, como el que iba a emprender.
Despidiendo con respeto y cortesía esta cita con la histórica me adentré en la escuálida estrada, último reducto que unía la civilización con el Seminario, desierto de soledades místicas. La modesta carretera secundaria entre Trujillo y Monroy serpentea venenosa entre los latifundios solitarios, con rasantes toboganes traicioneros, por los despoblados parajes extremeños, un océano monótono de perpetuas encinas, el finis terrae de la melancolía.
Tras consumir media hora de inquietante trayecto un raquítico letrero gobernó el desvío. Y allí irrumpe un precario vallado que da el parabién a una de las mayores fincas de Extremadura. No se podía abarcar con una panorámica de ojo mortal. Incluso un río considerable atravesaba la hacienda. Y dentro de este imponente cortijo de los mimbrales, a modo de palomar teresiano, se hallaba el Seminario, sementera de núbiles menestrales para la abundante mies del Reino.
Recuerdo como hoy la primera impresión cuando rebasé la arcaica recepción. La oscuridad y el silencio amordazaban la noche con sus fauces abiertas. Y en medio del ejido insociable, en el centro de la austera alquería, destellaba el voltaje de la capilla. Solemnemente expuesto el Santísimo Sacramento latía en la noche. Varios seminaristas jóvenes ayunos, enjutos de penitencia, con sotanas de azabache, permanecían hieráticos y extáticos, majestuosos, como querubines ante tan abrasadora presencia.
Entré en la capilla sigilosamente sin provocar el menor ruido y me arrodillé con decoro ante el Rey de esta humilde morada y del Universo. Una breve visita de rigor y encaminé mis pasos en dirección al aposento, pues avanzaban las tinieblas de la noche. El Padre Superior, cual dócil lacayo, portaba gentilmente mi maleta. Antes de despedirse paralizó con firmeza su mirada y disparó a quemarropa una pregunta tan sencilla como profunda: ¿Viene usted a ser santo?
Asentí y sonreí ante la escrutadora penumbra del candil. Fascinado y encandilado acuné la noche bajo estos elevados pensamientos durmiendo a ras de suelo húmedo. La celda, otrora cuadra de caballerizas, se pavoneaba de austeridad. Cuatro paredes harapientas, mal vestidas de pobre cal descorchada, un desgastado y avejentado colchón, un armario raído y menesteroso, una infortunada mesita, pobre de solemnidad, sobre un cemento andrajoso, paupérrimo. Y presidiendo todo mi mundo un crucifijo de madera tan modesto como interpelante.
LOS CAPITANES DE VIRIATO
Me costó un imperio levantarme a las seis, hora intempestiva, extemporánea, antinatural, que combatía arduamente en las trincheras de una vida burguesa. Quise hacerlo para seguir el ritmo de los gladiadores de la oración, los seminaristas. Estos aguerridos Capitanes de Viriato, serían meses más tarde hermanos en religión.
Amanecía en Extremadura, un círculo flamígero gigantesco desperezaba la campiña extremeña y otorgaba tímidas rúbricas de calor al relente nocturno. Algunas avecillas insomnes sobrevolaban tiritando entre los sotos belloteros. Un estridente concierto de grillos desvelados en la lejanía y poco más. Busqué la capilla con santa codicia. Me sentía radiante.
Tres horas de oración ante el Santísimo. Rezo de Laudes comunitarios seguidos de meditación y lectura espiritual. Tenía en mi pupitre enfilados grandes clásicos de la espiritualidad jesuita y un libro de Santa Bernardita. Un universo espiritual apasionante, aislando por completo todo vestigio mundano. Santos manuales de ascética que tabicaban dos mundos, separando dos realidades, tapiando un muro infranqueable.
Después la reposición de fuerzas, el desayuno sencillo y compacto, orquestado por una deliciosa lectura espiritual. Desfilaron la gravedad inconfundible del Kempis, documentos eclesiásticos y la apasionante historia de dos mil años de Iglesia, narrada magistralmente por los jesuitas. Seguían quince minutos raquíticos de limpieza dentífrica y enfundarse a la carrera el mono de trabajo para los menesteres de limpieza. Zafarrancho de combate. Unos al fogón cálido, otros a los escusados repelentes y al resto de dependencias conventuales. En el Seminario aprendes a amar la pobreza y los trabajos serviles.
Después resucitamos el latín y el griego, la oratoria, la preceptiva literaria clásica…. Había un gran interés de los noveles seminaristas por las lenguas muertas, más vivas que nunca. Y mucho más por la filosofía clásica, siendo la teología la asignatura príncipe.
Una mañana intensa de sucesión trepidante de clases y cocción de estudio en disciplina pretoriana sin tregua a la molicie. Como premio el momento especial del Rosario comunitario. Era a las cuatro de la tarde y todavía en pie de guerra sin regalar nada sólido al cuerpo. Aunque merecía la pena ese esfuerzo corporal que aligeraba de mente y el corazón y les daba alas. El Santo Rosario se empezaba en la capilla y se podía continuar en ella o bien salir a rezarlo paseando por la bucólica finca. Un servidor elegía esta segunda opción para darle al rezo mariano un toque contemplativo con la creación, un maridaje muy especial.
La finca era rústica, bien parecida en cualquier época del año. Uno se perdía en el laberinto campestre de miles de pequeños caminitos, alfombrados de verde en épocas húmedas y laminados de oro en las secas y se adentraba en los misterios del Rosario y su Misterio. Sentía en cada paso el aliento de la Madre.
Y por fin una apetitosa campana anunciaba la comida. Una pitanza sobria, recia, contundente, castrense. Dieta simple y comida tradicional humeante, sin más adobo que el fruto licuado del olivo. Todo ello era aderezado por una lectura espiritual apasionante, la Biblia comentada de Straubinger, perenne Magisterio de la Iglesia, meditaciones escogidas, hagiografía selecta y en radical contraste noticias de actualidad sobre el caos de nuestro mundo. Como colofón el venerable martirologio, salpicado de sangre, simiente egregia de nuevos cristianos.
Después volaba el tiempo de la convivencia, el único en que podíamos hablar distendidamente con los hermanos. Íbamos en ternas. Unos al fregadero. Los más afortunados tenían la suerte de pasear por la finca. Siempre conversaciones alegres, fluidas y edificantes. O se hable de Dios o no se hable. Racionamientos lógicos, lenguaje escolástico, hilando fino, todo milimétricamente medido. Momentos de gran felicidad estar los hermanos unidos bajo la gigante sombra de un gran ideal, con un vínculo superior al de la sangre y la alcurnia.
Después aseo para prepararse con respeto para la Santa Misa, epicentro del día. Una Misa pausada con calma, devota y una espaciosa acción de gracias. La razón de ser del seminarista, la identificación con ese Cristo glorioso que baja del cielo al altar en un encuentro amoroso.
Posteriormente una hora de estudio, evaporada raudamente y  a la capilla para coronar el día con las completas. Tras la oración nocturna y sus sugerentes himnos que se adentraban en el misterio de la noche se presentaba fatigado el tiempo de descanso. Algunos hermanos aún se inmolaban un poquito más ayudando en la cocina, leyendo o adorando en la capilla. Otros se ofrecían incluso para hacer servicios manuales a los hermanos, como el forrado de libros por ejemplo. Se vivía un gran desprendimiento fraternal y un olvido radical de lo propio.
Y a las once me  acostaba rendido, exhausto, pero con la felicidad rebosante en la alcuza de la conciencia, con el regusto del deber cumplido para que la Virgen velase nuestro casto sueño y reparase las fuerzas del guerrero. Añoro los días cautivadores del Seminario donde creía volar en las cumbres de la santidad. Ahora con los pies en el suelo acepto mi pequeñez, pero sigo teniendo por objeto de mi vida el mismo Amor. Hágase tu voluntad, loado mi Señor. 

Javier Navascués



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martes, 29 de marzo de 2016

Carta de San Jerónimo a los estúpidos como tú.





"En aquel exilio y prisión a los que, por temor al infierno, yo me condené voluntariamente, sin más compañía que la de los escorpiones y las bestias salvajes..."

+ San Jerónimo. 



Yo no te tiraría un peñasco, te tiraría cuatro o más.

Tú te has condenado por quitarle la vida a una personita indefensa. ¡¡¡Cruel, asesino infame!!! Tú sí tienes el demonio dentro.




miércoles, 23 de marzo de 2016

El velo, un honor para la mujer

El velo es un símbolo tan relevante como la sotana del sacerdote y el hábito de la religiosa.
El velo es, también, un signo de modestia y castidad. En los tiempos del Antiguo Testamento, descubrir la cabeza de una mujer era visto como una forma de humillarla, o de castigar a las mujeres adúlteras y a las que transgredían la Ley (por ej. Núm. 5, 12-18; Is. 3, 16-17; Cantares 5, 7). Una mujer hebrea nunca hubiera ni siquiera soñado con entrar al Templo (o más tarde, la sinagoga) sin cubrirse la cabeza. Esta práctica, simplemente, continuó en la Iglesia Católica.
AQUELLO QUE SE CUBRE CON VELO ES SAGRADO
Las mujeres no usan velo por un cierto sentido “primordial” de vergüenza femenina; lo que cubren es su gloria, de tal manera que, en cambio, sea Dios glorificado.
Se cubren con un velo porque son sagradas, y porque la belleza femenina es increíblemente poderosa. Y para mayor credibilidad, obsérvese cómo la imagen de la mujer es usada para vender cualquier cosa, desde champú hasta autos usados.
Las mujeres necesitan entender el poder de la femineidad y actuar acorde a ello, siguiendo las reglas de la modestia en el vestir, incluyendo el uso del velo.
Mediante la renuncia de su gloria a la autoridad de sus maridos y de Dios, las mujeres se someten a ellos de la misma manera que la Santísima Virgen se sometió al Espíritu Santo (“que se haga en mí según Tu palabra”); el velo es un signo tan poderoso -y hermoso- como lo es cuando un hombre se pone de rodillas para pedir a su novia que se case con él.
Ahora, considérese qué otra cosa estaba cubierta con velo en el Antiguo Testamento: ¡el Santo de los Santos!
Leemos en Hebreos 9, 1-8:
También el primer pacto tenía reglamento para el culto y un santuario terrestre; puesto que fue establecido un tabernáculo, el primero, en que se hallaban el candelabro y la mesa y los panes de la proposición —éste se llamaba el Santo—;  y detrás del segundo velo, un tabernáculo que se llamaba el Santísimo,  el cual contenía un altar de oro para incienso y el Arca de la Alianza, cubierta toda ella de oro, en la cual estaba un vaso de oro con el maná, y la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas de la Alianza;  y sobre ella, Querubines de gloria que hacían sombra al propiciatorio, acerca de lo cual nada hay que decir ahora en particular. Dispuestas así estas cosas, en el primer tabernáculo entran siempre los sacerdotes para cumplir las funciones del culto; más en el segundo una sola vez al año el Sumo Sacerdote, solo y no sin sangre, la cual ofrece por sí mismo y por los pecados de ignorancia del pueblo; dando con esto a entender el Espíritu Santo no hallarse todavía manifiesto el camino del Santuario, mientras subsiste el primer tabernáculo.
El Arca de la Antigua Alianza era conservada detrás del velo del Santo de los Santos.
Y en la Santa Misa, ¿qué es lo que se conserva cubierto con un velo hasta el Ofertorio? El Cáliz, el vaso sagrado que contendrá la Preciosísima Sangre.
Y, entre Misas, ¿qué es lo que se encuentra cubierto con un velo?
El Copón en el Sagrario, el vaso sagrado que contiene el mismo Cuerpo de Cristo.
Estos vasos de vida están cubiertos por un velo porque son sagrados.
¿Y a quién se ve cubierta siempre con un velo? ¿Quién es la Santísima, el Arca de la Nueva Alianza, el Vaso de la Verdadera Vida? Nuestra Señora, la Santísima Virgen María.
Al usar el velo, las mujeres la imitan y se afirman como mujeres, como vasos de vida.
Este solo acto, superficialmente pequeño, de cubrirse la cabeza con un velo, es:
·        Riquísimo en simbolismo: de sumisión a la autoridad; de entrega a Dios; de imitación a Nuestra Señora que expresó su ‘fiat’; de cubrir la gloria propia por la gloria de Dios; de modestia; castidad; de vasos de vida, como el Cáliz, el Copón y, especialmente, la Santísima Virgen María.
·        Una ordenanza apostólica –con profundas raíces en el Antiguo Testamento– y, por lo tanto, un asunto de intrínseca Tradición.
·        La forma en que las mujeres católicas han rendido culto durante dos milenios (y, aun cuando no sea una cuestión de la Sagrada Tradición en un sentido intrínseco, es, al menos, una cuestión de tradición eclesial, que debería también ser conservada). Es nuestra herencia, una parte de la cultura católica.
San Ambrosio, en su Tratado sobre la Virginidad, relata el hecho histórico de una joven de la nobleza forzada por su familia al matrimonio. La joven huye hacia la iglesia, y junto al altar suplica al sacerdote que pronuncie sobre ella la oración de consagración de las vírgenes y le imponga como velo el lienzo del altar.
Él será para la joven el signo de su desposorio con Cristo. Ese velo, al igual que cubre el altar para el santo sacrificio, cubrirá el nuevo altar del corazón de la joven, donde ofrecerá el sacrificio diario de su virginidad como ofrenda de suave olor al Padre eterno.
¿Por qué el velo en la mujer?
Ya le hemos considerado, pero quiero apuntar, entre otras, tres razones:
1ª. Porque ella es hermosa. El velo le recuerda que no debe dejarse llevar por la concupiscencia de la belleza, ni arrastrar a otros. El velo es signo del pudor y recato, de la modestia en el ornato con que siempre ha de vivir y presentarse ante Dios.
2ª. Porque ella es madre. De una forma especial la mujer ha sido unida a la obra creadora de Dios por su propia maternidad. El velo le recuerda que su maternidad es sagrada, y por ello se cubre, para indicar que, al estar cubierta, el mundo no puede dañarla ni ella dejarse. Y, además, todo lo sagrado se cubre.
3ª. Por su maternidad espiritual. Este es un aspecto importantísimo y desconocido por la mujer. La mujer pudorosamente vestida, cubierta con su velo, en silencio orante, es fiel reflejo de la imagen de la Santísima Virgen que, con su silencio y su velo, oraba incesantemente por su Hijo y meditaba su obra redentora.
Con el signo distintivo de su velo, el recogimiento de la mujer dentro de la iglesia tiene un fruto riquísimo para la Iglesia, para la santidad sacerdotal, el sostenimiento moral y espiritual del clero y para el fomento de las vocaciones.
La maternidad espiritual es una grandísima y hermosísima vocación femenina, muy desconocida desgraciadamente, pero de un valor que me atrevería a decir de “estratégico” dentro de la Iglesia.
Nuestros tiempos hacen la renuncia explícita de esos tres valores.
Renuncia a la belleza, reemplazada por lo feo, lo carente de armonía, lo provocador, lo disonante, lo oscuro, lo agresivo.
La maternidad física es desplazada y despreciada, relegada por el éxito material, profesional, temporal, académico, económico. La maternidad es suplantada por el confort, la figura, la comodidad, el bienestar, los caprichos.
La maternidad espiritual es ignorada, y en su lugar queda una profunda e insondable esterilidad y frigidez espiritual que se encubre de activismo hueco que no deja huella en el alma de nadie.
Asistimos hoy al proceso de destrucción de la familia, la sociedad y la cultura. Un tiempo que desafía a Dios y repite y grita en cada gesto y en cada acción: “No queremos que este reine sobre nosotros”.
Todos sabemos hasta qué punto el ataque a la mujer, a su verdadero ser y condición es la causa de esta destrucción a la que asistimos. Toda tarea de restauración de la familia, la sociedad y la cultura deberá pasar por la recuperación del verdadero rol y dignidad de la mujer.
Pensemos en aquella tremenda y magnífica profecía de Santa Hildegarda de Bingen, fuerte en su plasticidad y significación, cuando escribe:
Vi una mujer de una tal belleza que la mente humana no es capaz de comprender. Su figura se erguía de la tierra hasta el cielo. Su rostro brillaba con un esplendor sublime. Sus ojos miraban al cielo. Llevaba un vestido luminoso y radiante de seda blanca y con un manto cuajado de piedras preciosas (…). Pero su rostro estaba cubierto de polvo, su vestido estaba rasgado en la parte derecha. También el manto había perdido su belleza singular y sus zapatos estaban sucios por encima. Con gran voz y lastimera, la mujer alzó su grito al cielo: “Escucha, cielo: mi rostro está embadurnado. Aflígete, tierra: mi vestido está rasgado. Tiembla, abismo: mis zapatos están ensuciados (…). Los estigmas de mi esposo permanecen frescos y abiertos mientras estén abiertas las heridas de los pecados de los hombres. El que permanezcan abiertas las heridas de Cristo es precisamente culpa de los sacerdotes. Ellos rasgan mi vestido porque son transgresores de la Ley, del Evangelio y de su deber sacerdotal. Quitan el esplendor de mi manto, porque descuidan totalmente los preceptos que tienen impuestos. Ensucian mis zapatos, porque no caminan por el camino recto, es decir por el duro y severo de la justicia, y también porque no dan un buen ejemplo a sus súbditos. Sin embargo, encuentro en algunos el esplendor de la verdad” Y escuché una voz del cielo que decía: “Esta imagen representa a la Iglesia. Por esto, oh ser humano que ves todo esto y que escuchas los lamentos, anúncialo a los sacerdotes que han de guiar e instruir al pueblo de Dios y a los que, como a los apóstoles, se les dijo: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»”.
Su rostro, el que debía estar cubierto por un velo, está cubierto de polvo. ¿Ha perdido el pudor que la reservaba, la sacralidad que la preservaba? La imagen como dice Santa Hildegarda, es representación de la Iglesia, pero ¿podría ser también representación de la mujer caída de la dignidad que le otorgaba el cumplimiento fiel de la voluntad de Dios?
Pensemos en tantas “desveladas”, conocidas y desconocidas, cuyo mayor esfuerzo es, precisamente, la ruptura del orden, la ruptura de la fidelidad, la ruptura de la misión. Desveladas para no velar por nada que valga la pena; desveladas para impedir que otras tantas mujeres sean altar del Creador y lleven en su seno al fruto de verdadero amor.
Desde los años ’60 cundieron por el mundo, tanto en el campo liberal como en el socialista, las ideas de la “liberación” femenina. ¿Liberación de qué? Del rol principalísimo de la mujer como esposa y madre (no es casual que los años ‘60s fueran los años de la explosión de la píldora).
Liberación de la maternidad, liberación de la ternura, liberación de su lugar y su papel exclusivo, que nadie podría reemplazar. También a la Iglesia afectó esa idea, y la liberación tuvo su signo en la abolición práctica del velo. Sólo las religiosas lo mantuvieron (¡y ni tanto!) como signo de la maternidad espiritual (hoy también asistimos al “desvelamiento” de las religiosas; y el tiempo nos va diciendo de su infecundidad espiritual).
Pensemos en el significado de estar velada, cubierta, solemne, subrayando el misterio que se oculta debajo del velo. Pensemos en el desprecio de nuestros tiempos por el misterio hondo, alto. Todo debe ser explícito, todo debe ser mostrado.
Pero el ansia infantil de misterio, el afán del asombro y de la admiración existe; y entonces es suplantado por una caricatura: la literatura y el cine de misterio, suspenso, terror.
El misterio verdadero que oculta el velo, es el de esa mujer velada que somete libremente su voluntad, se entrega como la novia ante el altar y allí en lo secreto ofrece sus muchos y variados desvelos por el hijo, por cada hijo, por el esposo, por la vida que aún no late, por la vida que va creciendo y toma su rumbo, por los hijos espirituales, por los amigos.
El velo, al igual que cubre el altar para el santo sacrificio, cubre el altar del corazón de la mujer, donde ofrecerá el sacrificio diario de su virginidad o de su maternidad, el sacrificio diario de su fecundidad espiritual.
El falso feminismo, al que muchas mujeres han cedido, aparta a la mujer de su verdadera vocación a la maternidad y a la familia.
¡Cuánto daño sobrevino a la mujer y a la santidad de la Iglesia aquel día en que por primera vez entró sin su velo la mujer a la iglesia! Al quitarse el velo ya no pudo evitar quitarse otras prendas de su vestido. Y hoy vemos, con rubor y tristeza, la absoluta falta de pudor con que muchas mujeres entran en la iglesia.
Y como consecuencia desapareció aquel apoyo espiritual, aquella maternidad espiritual.
Mujer, mira el velo como el paño del altar de tu corazón; donde has de ofrecer cada día al Señor el sacrificio de tu vida entregada a tu familia; donde ofrezcas las ofrendas de tu pudor y modestia en el vestir; donde ofrezcas las ofrendas de tu maternidad o de tu virginidad, y en ambos casos las ofrendas de tu maternidad espiritual.
El velo es un honor para la mujer.
El velo es un honor para ti.

+Adelante la fe


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