domingo, 3 de enero de 2016

El Padre Nuestro - De Jesús a María Valtorta



Dictado por Jesús a María Valtorta

Dice Jesús:

“En el Padre Nuestro está la perfección de la oración.

Observa: ningún acto está ausente en la brevedad de la fórmula. Fe, esperanza, caridad, obediencia, resignación, abandono, petición, contrición, misericordia, están presentes. Diciéndola, oráis con todo el Paraíso, durante las cuatro primeras peticiones, después, dejando el Cielo, que es la morada que os espera, volvéis sobre la tierra, permaneciendo con los brazos alzados hacia el Cielo para implorar por las necesidades de aquí abajo y para pedir ayuda en la batalla que hay que vencerse para volver allá arriba.”

“Padre nuestro que estás en los cielos”.

¡Oh María! Sólo mi amor podía deciros: decid: “Padre nuestro”. Con esta expresión os he investido públicamente con el título sublime de hijos del Altísimo y hermanos míos. Si alguno, aplastado por la consideración de su nulidad humana, puede dudar de ser hijo de Dios, creado a su imagen y semejanza, pensando en esta palabra mía no puede ya dudar. El Verbo de Dios no yerra y no miente. Y el Verbo os dice: decid: “Padre nuestro”.

Tener un padre es algo dulce y una gran ayuda. Yo, en el orden material, he querido tener un padre sobre la tierra para tutelar mi existencia de niño, de muchacho, de joven. Con esto he querido enseñaros, sea a los hijos que a los padres, cuán grande sea la figura moral del padre. Pero tener un Padre de perfección absoluta, cual es el Padre que está en los Cielos, es dulzura de las dulzuras, ayuda de las ayudas. Mirad a este Padre–Dios con temor santo, pero siempre más fuerte que el temor sea el amor agradecido por el Dador de la vida en la tierra y en el cielo.

“Santificado sea tu Nombre”.

Con el mismo movimiento de los serafines y de todos los coros angélicos, a los cuales y con los cuales os unís al exaltar el nombre del Eterno, repetid esta exultante, agradecida, justa alabanza al Santo de los Santos. Repetidla pensando en Mí que antes que vosotros, Yo, Dios hijo de Dios, la he dicho con suma veneración y con sumo amor. Repetidla en la alegría y en el dolor, en la luz y en las tinieblas, en la paz y en la guerra. Bienaventurados los hijos que nunca han dudado del Padre y siempre, en cada circunstancia, han sabido decirle: “¡Bendito sea tu Nombre!”.

“Venga tu Reino”.

Esta invocación debería ser el latido del péndulo de toda vuestra vida, y todo debería gravitar sobre esta invocación al Bien. Porque el Reino de Dios en los corazones, y desde los corazones en el mundo, querría decir: Bien, Paz, y todas las demás virtudes. Escandid por ello vuestra vida de innumerables imploraciones por la llegada de este Reino. Pero imploraciones vivas, es decir actuar en la vida aplicando vuestro sacrificio de cada momento, porque actuar bien quiere decir sacrificar la naturaleza, con esta finalidad.

“Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”.

El Reino del Cielo será de quien ha hecho la Voluntad del Padre, no de quien haya acumulado palabras sobre palabras, y después se ha rebelado al querer del Padre, mintiendo a las palabras antes dichas. También aquí os unís a todo el Paraíso que hace la Voluntad del Padre. Y si tal Voluntad la hacen los habitantes del Reino, ¿no la haréis vosotros para haceros, a su vez, habitantes de allá arriba? ¡Oh! ¡alegría que os ha sido preparada por el amor uno y trino de Dios! ¿Cómo podéis vosotros no afanaros con perseverante voluntad para conquistarla?

Quien hace la Voluntad del Padre vive en Dios. Viviendo en Dios no puede errar, no puede pecar, no puede perder su morada en el Cielo, porque el Padre no os hace hacer más que lo que es el Bien, y que, siendo Bien, salva del pecar, y conduce al Cielo. Quien hace suya la Voluntad del Padre, anulando la propia, conoce y gusta ya en la tierra la Paz que es la dote de los bienaventurados. Quien hace la Voluntad del Padre, matando la propia voluntad perversa y pervertida, ya no es un hombre: ya es un espíritu movido por el amor y viviente en el amor.

Debéis, con buena voluntad, arrancar de vuestro corazón vuestra voluntad y poner en su lugar la Voluntad del Padre.

Después de haber provisto a las peticiones para el espíritu, porque sois pobres, vivientes entre las necesidades de la carne, pedís el pan a Aquel que provee de alimento a los pájaros del aire y de vestido a los lirios del campo.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”.

He dicho hoy y he dicho pan. Yo no digo nunca nada inútil.

Hoy. Pedid día tras día las ayudas al Padre. Es medida de prudencia, justicia, humildad.

Prudencia: si lo tuvierais todo de una vez, desperdiciaríais mucho. Sois eternos niños y caprichosos por añadidura. Los dones de Dios no deben desperdiciarse. Además, si lo tuvierais todo, olvidaríais a Dios.

Justicia: ¿Por qué deberíais tenerlo todo de una vez cuando Yo tuve, día a día, la ayuda del Padre? ¿Y no sería injusto pensar que está bien que Dios os dé todo junto, pensando por los adentros con cuidado humano que, nunca se sabe, está bien tenerlo hoy todo en el temor de que mañana Dios no dé? La desconfianza, vosotros no reflexionáis en esto, es un pecado. No hay que desconfiar de Dios. Él os ama con perfección. Es el Padre perfectísimo. Pedirlo todo junto choca con la confianza y ofende al Padre.

Humildad: el deber pedir día a día os refresca en la mente el concepto de vuestra nada, de vuestra condición de pobres, y del Todo y de la Riqueza de Dios.

Pan. He dicho “pan” porque el pan es el alimento–rey, el indispensable para la vida. Con una palabra y en la palabra he encerrado, para que las pidierais todas, todas las necesidades de vuestra permanencia terrena. Pero al igual que son distintas las temperaturas de vuestra espiritualidad, así son distintas las extensiones de la palabra.

“Pan–alimento” para quienes tienen una espiritualidad embrional hasta el punto de que es ya mucho si saben pedir a Dios el alimento para saciar su vientre. Hay quien no lo pide y lo toma con violencia, maldiciendo a Dios y a los hermanos. Éste es mirado con ira por el Padre porque pisotea el precepto del que proceden los demás: “Ama a tu Dios con todo tu corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo”.

“Pan–ayuda” en las necesidades morales y materiales para quien no vive sólo para el vientre, sino sabe vivir también para el pensamiento, teniendo una espiritualidad más formada.

“Pan–religión” para aquellos que, aún más formados, anteponen a Dios a las satisfacciones del sentido y del sentimiento humano y ya saben mover las alas en lo sobrenatural.

“Pan–espíritu, pan–sacrificio” para quienes, alcanzada la edad plena del espíritu, saben vivir en el espíritu y en la verdad, ocupándose de la carne sólo cuanto es estrictamente necesario para continuar existiendo en la vida mortal, hasta que sea la hora de ir a Dios. Éstos ya se han cincelado a sí mismos sobre mi modelo y son copias vivientes de Mí, sobre las cuales el Padre se inclina con abrazo de amor.

“Perdónanos nuestras deudas como nosotros las perdonamos a los que nos ofenden”.

No hay, en el número de los creados, ninguno, excepto mi Madre, que no haya tenido que hacerse perdonar por el Padre culpas más o menos graves según la propia capacidad de ser hijos de Dios.

Rogad al Padre que os borre del número de sus deudores. Si lo hacéis con ánimo humilde, sincero, arrepentido, inclinaréis al Eterno a vuestro favor.

Pero condición esencial para lograrlo, para ser perdonados, es perdonar. Si sólo queréis y no dais piedad a vuestro prójimo, no conoceréis perdón del Eterno. Dios no ama a los hipócritas y a los crueles, y aquel que rehúsa perdonar al hermano rechaza el perdón del Padre para sí mismo.

Considerad además que, por cuanto podáis haber sido heridos por vuestro prójimo, vuestras heridas a Dios son infinitamente más graves. Que este pensamiento os impulse a perdonarlo todo como Yo perdoné por mi Perfección y para enseñaros a vosotros el perdón.

“No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal”.

Dios no os induce en tentación. Dios os tienta solamente con dones de Bien, y para atraeros a Sí. Vosotros, interpretando mal mis palabras, creéis que ellas quieran decir que Dios os induce en tentación para probaros. No El buen Padre que está en los Cielos lo permite el mal, pero no lo crea. Él es el Bien del que brota todo bien. Pero el Mal existe. Existió desde el momento en que Lucifer se levantó contra Dios. A vosotros os corresponde hacer del Mal un Bien, venciéndolo e implorando al Padre las fuerzas para vencerlo.

He aquí lo que pedís en la última petición. Que Dios os dé tanta fuerza como para saber resistir a la tentación. Sin su ayuda la tentación os podría porque es astuta y fuerte, y vosotros sois torpes y débiles. Pero la Luz del Padre os ilumina, pero la Potencia del Padre os fortalece, pero al Amor del Padre os protege, por lo cual el Mal muere y vosotros os quedáis liberados de él.

Esto es cuanto pedís con el Pater que Yo os he enseñado. En él está todo comprendido, todo ofrecido, todo pedido de cuanto es justo que sea pedido y dado. Si el mundo supiera vivir el Pater, el Reino de Dios estaría en el mundo. Pero el mundo no sabe orar. No sabe amar. No sabe salvarse. Sólo sabe odiar, pecar, condenarse.


+De Jesús a María Valtorta



lunes, 28 de diciembre de 2015

Mi Niño-Dios



A lo largo del día, en estos de Navidad, me acerco al belén que tenemos puesto en casa y beso al Niño-Dios que reposa en su cuna. Su manita derecha la tiene pegadita a su boca como queriéndonos dar un besito al aire que a mí, en todo momento, me llega; parece como que dijera: ¡acércate más!, ¡no te alejes de mí! Y como cualquier figurita del belén me quedo mirándolo y no me alejo. Le pido que todos los días del año esté tan cerca de mí como hoy; como en ese momento, como todos los momentos, como aquellos en que los pastores, arrodillados, le amaban y le glorificaban en la noche y en la mañana.

Pero, ¡ay, la maldad del hombre! El rey Herodes quiso acabar con aquella criaturita recién nacida que nacía colmada de Luz en un mundo lleno de oscuridad y tiniebla.

Pero, ni pudo con Él, ni podrá ahora tampoco. Porque ese Niño no era un niño cualquiera. ¡Era el Niño-Dios!


+Capuchino de Silos




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viernes, 18 de diciembre de 2015

Amistad de siempre.





Mi muy queridísima amiga: 

¡Cuánto tiempo ha pasado desde que nos conocimos! 
¡Una vida entera almacenando celosamente el cariño y los recuerdos de una profunda y verdadera amistad! 
Días que pasaron, algunos tristes, otros tan alegres como era la juventud que teníamos, que hacía que viviésemos felices pensando en conservar en nuestros corazones el cariño que nos teníamos y que duraría hasta siempre; hasta hoy ya, en el crepúsculo de nuestras vidas.  Hoy quiero desearte con palabras de Juan R. Jiménez,  una paz tan blanca, tan bella y cálida como la caída de la nieve”.
Esa paz que siempre ha brillando en tu corazón como la mejor estrella. 
La inquietud, la preocupación, el obstáculo ..., y tantas otras cosas que pueden sobrevenir de un alma que no es buena, nunca lo vivimos estando a tu lado. Sin embargo, la alegría, la riqueza espiritual, la nobleza, la belleza interna ... el mayor bien que puede recibir un ser humano, ¡todo eso! lo recibiste tú sin haberlo pedido y ha sido el mejor tesoro que te ha acompañado siempre. 
Tu corazón nunca ha estado alborotado. En él se puede caminar sin ningún peligro porque eres la dueña de una armonía gozosa y ordenada donde nada turba e inquieta a nadie. ¡En esas almas tan hermosas sólo moran los mejores frutos de un corazón grande y puro como el tuyo! 
Un corazón que nunca ha ambicionado honores y distinciones. Un corazón paciente y sufridor en las contrariedades que no se deja llevar por ningún otro desaliento como el que puede estar sufriendo en estos momentos. Un corazón como el tuyo tiene que tener esa paz preciosa en su interior, pues naciste para contagiar con tu mansedumbre a todas las personas que han pasado y pasan por tu vida; por eso tienes alrededor tantos y tantos amigos que te quieren, y entre los que yo también me quiero encontrar. 
Tu amiga de siempreC. Alcántara


+Capuchino de Silos


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sábado, 5 de diciembre de 2015

Adorando





Deseo estar allí en ese instante de única emoción. Lo desea mi alma que espera dulcemente el momento más hermoso. Y llega cuando aparece pausadamente haciéndose Cristo y brillando sobre el altar lleno de ángeles que se inclinan adorándolo.  Cuando se hace presente entre nosotros me quedo helada de ardor, y sin pensar me inclino emocionada por estar tan cerca de ese Cielo estrellado que en un instante irradia más luz que el propio día.  

+Capuchino de Silos



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miércoles, 11 de noviembre de 2015

En la gloria de la iglesia.



El mes de noviembre se presta a pensar en la muerte; y en los difuntos; y en tus propios que los tienes más presente en tus rezos un día tras otro.
Pensando en ellos estaba, cuando de repente me vi muerta. Me vi en ese último día de mi vida en el que el Señor me llamaba para presentarme ante Él. Es curioso, no me dio miedo morirme; sin embargo, había una cosa que me entristecía bastante. Me veía muerta pero no quería verme de por vida en un cementerio. ¡No! No quería verme en un cementerio. Oh ¡qué horror!
Ya hace años sembré un ciprés en el jardín de casa por si llegaba el momento; pero no... Nunca me pareció sensato quedarme en ese lugar.  El ciprés creció y creció y está precioso, está  grandioso, subiendo las dos plantas de la casa; pero no. La casa con el tiempo se vendería y a lo mejor me tiraban a un estercolero. ¡Qué sé yo! No era el mejor lugar. No.
Y es que un cementerio es tristísimo; es muy triste de por sí, por eso no quiero ir allí; además, un cementerio es muy gris y el color gris nunca me gustó. Blanco o negro, pero gris, nunca. Había otra cosa: el que visita un cementerio llega sin vida o el que llega con ella, llega llorando acompañando al difunto; y me daba mucha tristeza, ¡mucha! ver el sufrimiento de mi gente que sufriría, digo yo, al separarse de mí. ¡No! Al cementerio: no.
La cosa es que no me veía de esqueleto deslucido durmiendo el sueño de los justos en un lugar tan triste.
Y como soñar no cuesta nada, quise de momento, que me llevasen para siempre a una iglesia.
Una iglesia era un perfecto lugar para quedarme de por vida porque es alegre. En ella hay Misas, bautizos, comuniones, bodas, confesiones, y lo más importante: siempre estás con Dios nuestro Señor.
También había una cosa más: yo no sé dónde voy a ir cuando muera: ¿al Infierno?, espero no ir ni de visita. ¿Al  Purgatorio? ¡Eso es lo más posible!; pero en una iglesia tenía la seguridad de estar con Dios siempre, siempre, siempre, a no ser que se hundiera o la quemasen como antaño, pero iba a estar al lado de Dios gustase o no a San Pedro.
Sería incinerada, eso sí, para no ocupar espacio. El espacio, hoy día cuesta mucho dinero que yo, ahorrado, no dispongo. Tengo un sueldo pequeño mensual que me da mi marido y con él tengo un pequeñito ahorro. Lo entregaría íntegramente y mi sueldo seguiría corriendo a la parroquia mes a mes hasta que muriese el párroco. Eso lo tendría que puntualizar bien en el testamento y con la opinión del cura párroco que, generalmente, es duro de roer.
Tendrían que levantar una loseta, delante del altar del Niño Jesús y cuidadosamente me guardaran en el hoyito; que echaran cemento encima y sólo bastaría terminar el trabajo con una cruz griega si la loseta fuese cuadrada y si rectangular, con cruz latina. Sin más. Así de fácil.
Feliz estaría de pensar que de cuando en cuando alguien al “pisarme” rezara un poquito y yo, mientras tanto, feliz con el Señor en la gloria de la iglesia.




+Capuchino de Silos



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