Dictado por Jesús a María
Valtorta
Dice
Jesús:
“En el Padre Nuestro está la perfección de
la oración.
Observa: ningún acto está ausente en la
brevedad de la fórmula. Fe, esperanza, caridad, obediencia, resignación,
abandono, petición, contrición, misericordia, están presentes. Diciéndola,
oráis con todo el Paraíso, durante las cuatro primeras peticiones, después,
dejando el Cielo, que es la morada que os espera, volvéis sobre la tierra,
permaneciendo con los brazos alzados hacia el Cielo para implorar por las
necesidades de aquí abajo y para pedir ayuda en la batalla que hay que vencerse
para volver allá arriba.”
“Padre nuestro que
estás en los cielos”.
¡Oh María! Sólo mi amor podía deciros:
decid: “Padre nuestro”. Con esta expresión os he investido públicamente con el
título sublime de hijos del Altísimo y hermanos míos. Si alguno, aplastado por
la consideración de su nulidad humana, puede dudar de ser hijo de Dios, creado
a su imagen y semejanza, pensando en esta palabra mía no
puede ya dudar. El Verbo de Dios no yerra y no miente. Y el Verbo os dice:
decid: “Padre nuestro”.
Tener un padre es algo dulce y una gran
ayuda. Yo, en el orden material, he querido tener un padre sobre la tierra para
tutelar mi existencia de niño, de muchacho, de joven. Con esto he querido
enseñaros, sea a los hijos que a los padres, cuán grande sea la figura moral
del padre. Pero tener un Padre de perfección absoluta, cual es el Padre que
está en los Cielos, es dulzura de las dulzuras, ayuda de las ayudas. Mirad a
este Padre–Dios con temor santo, pero siempre más fuerte que el temor sea el
amor agradecido por el Dador de la vida en la tierra y en el cielo.
“Santificado
sea tu Nombre”.
Con el mismo movimiento de los serafines y
de todos los coros angélicos, a los cuales y con los cuales os unís al exaltar
el nombre del Eterno, repetid esta exultante, agradecida, justa alabanza al
Santo de los Santos. Repetidla pensando en Mí que antes que vosotros, Yo, Dios
hijo de Dios, la he dicho con suma veneración y con sumo amor. Repetidla en la
alegría y en el dolor, en la luz y en las tinieblas, en la paz y en la guerra.
Bienaventurados los hijos que nunca han dudado del Padre y siempre, en cada
circunstancia, han sabido decirle: “¡Bendito sea tu Nombre!”.
“Venga
tu Reino”.
Esta invocación debería ser el latido del
péndulo de toda vuestra vida, y todo debería gravitar sobre esta invocación al
Bien. Porque el Reino de Dios en los corazones, y desde los corazones en el
mundo, querría decir: Bien, Paz, y todas las demás virtudes. Escandid por ello
vuestra vida de innumerables imploraciones por la llegada de este Reino. Pero
imploraciones vivas, es decir actuar en la vida aplicando vuestro sacrificio de
cada momento, porque actuar bien quiere decir sacrificar la naturaleza, con
esta finalidad.
“Hágase
tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”.
El Reino del Cielo será de quien ha hecho
la Voluntad del Padre, no de quien haya acumulado palabras sobre palabras, y
después se ha rebelado al querer del Padre, mintiendo a las palabras antes
dichas. También aquí os unís a todo el Paraíso que hace la Voluntad del Padre.
Y si tal Voluntad la hacen los habitantes del Reino, ¿no la haréis vosotros
para haceros, a su vez, habitantes de allá arriba? ¡Oh! ¡alegría que os ha sido
preparada por el amor uno y trino de Dios! ¿Cómo podéis vosotros no afanaros
con perseverante voluntad para conquistarla?
Quien
hace la Voluntad del Padre vive en Dios. Viviendo en Dios no puede errar, no
puede pecar, no puede perder su morada en el Cielo, porque el Padre no os hace
hacer más que lo que es el Bien, y que, siendo Bien, salva del pecar, y conduce
al Cielo. Quien hace suya la Voluntad del Padre, anulando la propia, conoce y
gusta ya en la tierra la Paz que es la dote de los bienaventurados. Quien hace
la Voluntad del Padre, matando la propia voluntad perversa y pervertida, ya no
es un hombre: ya es un espíritu movido por el amor y viviente en el amor.
Debéis, con
buena voluntad, arrancar de vuestro corazón vuestra voluntad y poner en su lugar la
Voluntad del Padre.
Después de haber provisto a las peticiones
para el espíritu, porque sois pobres, vivientes entre las necesidades de la
carne, pedís el pan a Aquel que provee de alimento a los pájaros del aire y de
vestido a los lirios del campo.
“Danos hoy nuestro
pan de cada día”.
He dicho hoy y he dicho pan. Yo
no digo nunca nada inútil.
Hoy. Pedid día tras día las
ayudas al Padre. Es medida de prudencia, justicia, humildad.
Prudencia: si lo tuvierais todo
de una vez, desperdiciaríais mucho. Sois eternos niños y caprichosos por
añadidura. Los dones de Dios no deben desperdiciarse. Además, si lo tuvierais
todo, olvidaríais a Dios.
Justicia: ¿Por qué deberíais
tenerlo todo de una vez cuando Yo tuve, día a día, la ayuda del Padre? ¿Y no
sería injusto pensar que está bien que Dios os dé todo junto, pensando por los
adentros con cuidado humano que, nunca se
sabe, está bien tenerlo hoy todo en el temor de que mañana Dios no dé? La
desconfianza, vosotros no reflexionáis en esto, es un
pecado. No hay que desconfiar de Dios. Él os ama con perfección. Es el Padre perfectísimo.
Pedirlo todo junto choca con la confianza y ofende al Padre.
Humildad: el deber pedir día a
día os refresca en la mente el concepto de vuestra nada, de vuestra condición
de pobres, y del Todo y de la Riqueza de Dios.
Pan. He dicho “pan” porque
el pan es el alimento–rey, el indispensable para la vida. Con una palabra y en
la palabra he encerrado, para que las pidierais todas, todas las necesidades de
vuestra permanencia terrena. Pero al igual que son distintas las temperaturas
de vuestra espiritualidad, así son distintas las extensiones de la palabra.
“Pan–alimento” para quienes
tienen una espiritualidad embrional hasta el punto de que es ya mucho si saben
pedir a Dios el alimento para saciar su vientre. Hay quien no lo pide y lo toma
con violencia, maldiciendo a Dios y a los hermanos. Éste es mirado con ira por
el Padre porque pisotea el precepto del que proceden los demás: “Ama a tu Dios
con todo tu corazón, ama a tu prójimo como a ti mismo”.
“Pan–ayuda” en las necesidades
morales y materiales para quien no vive sólo para el vientre, sino sabe vivir
también para el pensamiento, teniendo una espiritualidad más formada.
“Pan–religión” para aquellos que,
aún más formados, anteponen a Dios a las satisfacciones del sentido y del
sentimiento humano y ya saben mover las alas en lo sobrenatural.
“Pan–espíritu,
pan–sacrificio” para quienes, alcanzada la edad plena del espíritu, saben vivir en el
espíritu y en la verdad, ocupándose de la carne sólo cuanto es estrictamente
necesario para continuar existiendo en la vida mortal, hasta que sea la hora de
ir a Dios. Éstos ya se han cincelado a sí mismos sobre mi modelo y son copias
vivientes de Mí, sobre las cuales el Padre se inclina con abrazo de amor.
“Perdónanos
nuestras deudas como nosotros las perdonamos a los que nos ofenden”.
No hay, en el número de los creados, ninguno, excepto mi Madre, que
no haya tenido que hacerse perdonar por el Padre culpas más o menos graves
según la propia capacidad de ser hijos de Dios.
Rogad al Padre que os borre del número de
sus deudores. Si lo hacéis con ánimo humilde, sincero, arrepentido, inclinaréis
al Eterno a vuestro favor.
Pero condición esencial para lograrlo,
para ser perdonados, es perdonar. Si sólo queréis y no dais piedad a vuestro
prójimo, no conoceréis perdón del Eterno. Dios no ama a los hipócritas y a los
crueles, y aquel que rehúsa perdonar al hermano rechaza el perdón del Padre
para sí mismo.
Considerad además que, por cuanto podáis
haber sido heridos por vuestro prójimo, vuestras heridas a Dios son
infinitamente más graves. Que este pensamiento os impulse a perdonarlo todo como Yo perdoné
por mi Perfección y para enseñaros a vosotros el perdón.
“No nos
dejes caer en tentación y líbranos del mal”.
Dios no os induce en tentación. Dios os
tienta solamente con dones de Bien, y para atraeros a Sí. Vosotros,
interpretando mal mis palabras, creéis que ellas quieran decir que Dios os
induce en tentación para probaros. No El buen
Padre que está en los Cielos lo permite el mal, pero no lo crea. Él es el Bien
del que brota todo bien. Pero el Mal existe. Existió desde el momento en que
Lucifer se levantó contra Dios. A vosotros os corresponde hacer del Mal un
Bien, venciéndolo e implorando al Padre las fuerzas para vencerlo.
He aquí lo que pedís en la última
petición. Que Dios os dé tanta fuerza como para saber resistir a la tentación.
Sin su ayuda la tentación os podría porque es astuta y fuerte, y vosotros sois
torpes y débiles. Pero la Luz del Padre os ilumina, pero la Potencia del Padre
os fortalece, pero al Amor del Padre os protege, por lo cual el Mal muere y
vosotros os quedáis liberados de él.
Esto es cuanto pedís con el Pater que Yo
os he enseñado. En él está todo comprendido, todo ofrecido, todo pedido de
cuanto es justo que sea pedido y dado. Si el mundo supiera vivir el Pater, el
Reino de Dios estaría en el mundo. Pero el mundo no sabe orar. No sabe amar. No
sabe salvarse. Sólo sabe odiar, pecar, condenarse.
+De Jesús a María Valtorta
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