A lo largo del
día, en estos de Navidad, me acerco al belén que tenemos puesto en casa y beso
al Niño-Dios que reposa en su cuna. Su manita derecha la tiene pegadita a su
boca como queriéndonos dar un besito al aire que a mí, en todo momento, me llega;
parece como que dijera: ¡acércate más!, ¡no te alejes de mí! Y como cualquier
figurita del belén me quedo mirándolo y no me alejo. Le pido que todos los días
del año esté tan cerca de mí como hoy; como en ese momento, como todos los
momentos, como aquellos en que los pastores, arrodillados, le amaban y le
glorificaban en la noche y en la mañana.
Pero, ¡ay, la maldad
del hombre! El rey Herodes quiso acabar con aquella criaturita recién nacida
que nacía colmada de Luz en un mundo lleno de oscuridad y tiniebla.
Pero, ni pudo con Él, ni podrá ahora tampoco. Porque ese Niño no era un niño cualquiera. ¡Era el Niño-Dios!
+Capuchino
de Silos
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