¡Qué
alegría! ¿No? Poner un gran empeño en algo que iba a requerir mucha atención, mucho
sueño, mucho cariño. También, por qué no, mucho esfuerzo en algo tan bello como
nuestra más preciada y amada fuente de amor.
Ella me miraba en
silencio, callada y sin parpadear. De repente, levantó suavemente la mirada y dio
gracias por ésta y tantas buenas y largas parrafadas, por un verano tan lleno,
por tantos y tan plenos momentos vividos, por tener un hogar tan dulce, por
poder comentar cuánto nos gusta el aire, por amar la pureza del alma, por la naturaleza,
por sus manantiales; y porque muy pronto, amiga mía, me decía, el otoño
cuajaría de colores sus árboles, ese otoño que tanto nos gustaba, que
todo se llenaría de luces y de sombras, de alegría y de gozo porque tras el
otoño llegaría lo más deseado: el invierno.