Ésta mañana le echaba el aceite que necesitaba a nuestra lamparita para
que no dejase de arder. ¡Es tan necesario en éste tiempo! Es ese fuego que arde
y arde y que lleva al Cielo de nuestro pequeño altar de casa, los sentimientos más
hermosos y puros para que no debamos pararle su ardiente llamita. Esa llamita que va cargada de montones
y montones de Rosarios, Letanías, Coronillas, Oración, jaculatorias que rezamos
cada uno de nosotros hacia Dios y a su Madre Inmaculada; a nuestra Madre Santísima que será
la que salve al mundo de tantas y tantas inmundicias. Esa llamita arde cada día y cada noche; arde cada día y lleva todas y cada una de nuestras intenciones y peticiones,
de nuestros esfuerzos, de nuestros trabajos, de nuestras lágrimas, súplicas y
ruegos. Es el fuego más grande del amor que sale de una familia que ama al
Santísimo Amor de Dios nuestro Señor y su Santísima Madre.
Lo demás es nada. ¡De verdad! No sirve para nada. Lo sé de muy buena
tinta.
+Capuchino de Silos
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