“Nadie va a
quitarme la fe a pesar de aquellas voces queriendo sembrar la semilla del odio
en mi alma. No. Imposible. De nuevo han querido envenenar mi cabeza. Les digo,
sin temor a equivocarme, que con mi corazón no pueden. Me sostiene la esperanza
que Dios me regala cada día, cada minuto, a pesar de la pobre vida que le
ofrezco. Nadie puede arrebatarme su Presencia y los muchos dones que recibo por
su infinita Misericordia. Al contrario. Hoy puedo decir que tengo algo más de fe.
Cada mañana me llega, como el regalo
más preciado, la gracia de la templanza y la paciencia como alivio y bálsamo de
los males y envidias del mundo.
De pequeña me enseñaron a amar y poder
rezar con los ojos y el alma puestos en mi Dios y Señor. No puedo, ni siquiera pensar, ser cristiana sin hacerlo así.
Todas mis
lágrimas las guarda desde que era niña. Las de ahora con más motivos. Todas ellas
las he derramado y las derramo a los pies de mí amado Cristo. He crecido y sigo
creciendo junto a Él como ese sauce llorón plantado junto al lago.
Te cuento todo
esto, porque sé mi querida amiga, que comprenderás mi mutismo en todo este
tiempo. He querido vivir en el silencio interior como si estuviese haciendo
Ejercicios Espirituales; sí, como aquellos que hacíamos en el colegio”.
Por fin me llegaba una carta de María.
+Capuchino de
Silos
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