Eran como dos alas
salidas del alma para que pudiesen volar hacia ese Niño Dios que saldría a mi
encuentro sonriente, compasivo, divino, lleno de piedad y generosidad; podría colmarlo, después de mucho tiempo, con aquel presente de escasa luz, que, desde mi corazón y mis manos, había salido como un pastorcito más de un Belén cualquiera. Alas de ilusión y esperanza en
estos días anteriores a la inmensa fiesta de su nacimiento. Alas de recogimiento
y alimento de gracia que recibía del mismísimo Dios. Alas que tiene el alma
para buscar el reposo; alas que tiene el deseo con la voluntad del águila, cuyo
vuelo y conversación llevan al cielo y que son más celestiales que terrenos.
Día a día mis remos avanzaban
al sosegado puerto; cruzaría por fin a la otra orilla; me encontraría con aquel
divino Infante. Ese fue, desde siempre, mi inmenso deseo.
Quisiera haber
tenido el entendimiento pequeñito y suficiente para haber obrado en
consecuencia antes, mucho antes. Me hubiese ahorrado guardar las alas en un
cajón donde se encuentran, donde duermen y dormirán para siempre.
+Capuchino de Silos
.
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