Habíamos quedado para ir al mercado. El día abría sin una nube
después de haber llovido tanto.
Casi paseábamos.
-Yo no sé si te ocurrirá a ti, me decía, pero cuando veo y siento tantas
maldades y perversidades que hay en el mundo, las que nos están rodeando a
todas horas y en todo momento, las quisiera echar a volar bien lejos para no vivirlas
y no tenerlas conmigo ni un solo segundo; tampoco quisiera tenerlas cerca; desearía
destruirlas todas, hacerlas desaparecer. Tener un mundo diferente. Un mundo de
amor y concordia. Sacan lo peor que hay en mí y me vuelvo peor de lo que en
realidad soy. ¿No te ocurre a ti lo mismo?
-Gracias a Dios, le dije, me dio otras
dos alas diferentes para que pudiese volar hacia Él, conocer los deleites del mismo Cielo,
y el recogimiento. Estar en ese lugar que solo a mí pertenece, en esa soledad
que es mi mayor tesoro; estar en recogimiento para recibir cada día las mil gracias
divinas de manos del mismísimo Altísimo; esperarlas en ese rinconcito de mi rendida
alma. Necesito de su mano; solo con la mía no me basto. Sola no soy capaz de
dar ni siquiera un mal paso. San Juan dice, que esas alas son como la de las mismísimas
águilas que vuelan hacia el cielo y allí echan parrafadas con Dios, creador de ellas
a las que deberíamos imitar.
Volar, volar; alcanzar esa armonía interior sacudiendo
las alas del entendimiento y la voluntad; hacer como ellas para llegar a esa
orilla celestial. Recibir todas las cosas que de mí quiere
Aquel que me sostiene para que vuele bien alto hacia Él.
-Volemos juntas.
-Volemos de su mano.
+Capuchino de Silos