Padre mío: no puede imaginarse la de veces es que en estos días habré
tomado la pluma en la mano para escribirle. Me parece que son muchas las cosas
que tengo que decirle, pero siento tal repugnancia en decirlas, que no se lo
puede figurar. Y hace más de diez días, padre mío, que he recibido que
Jesús el mandato de decirle estas cosas que quiero decirle, pero que ni aún a
Jesús obedezco.
Antes de todo he pedido a las muchas almas buenas que rezasen a Jesús, para
que Jesús antes que nada me diese fuerzas para escribir cosas que tanta repugnancia
me causan; luego, que preparase el corazón de mi padre (si es verdaderamente
Jesús) para que esté dispuesto a contentar al Corazón Sacratísimo de mi Jesús,
y a darle la satisfacción que este Corazón tanto demanda; además... oh,
padre, padre, ahora mismo es tal mi repugnancia, que me parece imposible seguir
adelante. Acabo de estar con monseñor, que me ha dado permiso para
escribirle con toda libertad…
No sé por dónde empezar pero Jesús me ayudará. Hace varios días que después
de la Sagrada Comunión Se deja sentir de tal manera que apenas puedo
resistirlo, y me siento morir; me habla de ciertas cosas, que ha sido necesario
toda la buena voluntad de Jesús para hacérmelas entender. Hará unos diez días
que, apenas recibido, me hizo esta pregunta: "Dime, hija, ¿me amas
mucho?"... ¿Y que responder a esto, padre mío?... El corazón respondió con
sus palpitaciones. "Y si me amas -añadió-, ¿harás cuanto Yo quiero?”...
También a esto el corazón respondió, manifestando el deseo que tenía. “Es un
negocio importante, hija mía: tienes que comunicar cosas grandes a tu
director”… A lo que, padre mío, respondí con estas palabras: “¡Oh, Jesús! –le
dije- por caridad: no mandéis que vaya a monseñor; ya sabéis bien, ¡oh, buen
Jesús! que éste no hace caso de las cosas de mi fantasía”. Y Jesús entonces:
“No, no; quiero que te dirijas a tu padre (su director espiritual el P.
Germán). Espero que él ha de dar a mi Corazón la satisfacción que deseo”.
Y me parece que siguió diciendo: “Hija mía –exclamó suspirando-
¡cuánta ingratitud y malicia hay en el mundo! Los pecadores siguen viviendo
en la pertinaz obstinación de sus pecados. Mi Padre no les puede tolerar por
más tiempo. Las almas viles y flacas no se hacen ninguna violencia para
vencer la carne. Las almas afligidas se amedrentan y desesperan. Las almas
fervorosas poco a poco van cayendo en la tibieza. Los ministros de mi
santuario…” Al decir estas palabras Jesús se paró, y luego prosiguió: “A
ellos a quienes he confiado la continuación de la obra de la Redención…” Jesús
se volvió a callar de nuevo… “A esos tampoco mi Padre puede tolerarlos ya.
Yo les doy continuamente luz y fuerza, pero ellos… Ellos, a quienes yo he
tratado siempre con particular predilección; ellos, a los que siempre he mirado
como a la pupila de mis ojos”… Jesús se volvió a callar y suspiró.
“Constantemente, sólo recibo de las criaturas ingratitud y malos tratos; la
indiferencia va cada día en aumento, nadie se arrepiente. Y Yo, en cambio,
desde el cielo, no hago sino dispensar gracias y favores a todas las criaturas;
luz y vida a la Iglesia; virtud y poder a quien la dirige; sabiduría a los
encargados de ilustrar a las almas envueltas en tinieblas; constancia y
fortaleza a las que deben seguirme; gracias de todas clases a cuantos justos y
aún pecadores yacen escondidos en sus antos tenebrosos; hasta allá dentro hago
yo llegarles mi Luz, allí les enternezco y hago lo posible para convertirles…
Más ellos… ¿Cuál es el fruto de mis afanes? ¿Qué correspondencia hallo en
las criaturas por mí tan amadas? Al ver lo que veo, me siento traspar de nuevo
el corazón”… ¡Oh Jesús! Pero vayamos adelante, padre mío… “Nadie se cuida
ya de Mi amor; Mi corazón está olvidado, como si nada hubiese hecho por su
amor, como si nada hubiera padecido por ellos, como si de todos fuera desconocido.
Mi corazón está siempre triste. Solo Me hallo casi siempre en las iglesias,
y si muchos se reúnen, lo hacen con motivos bien distintos de los que Yo
quisiera; y así tengo que sufrir viendo a mi Iglesia convertida en teatro de
diversiones; veo que muchos, con semblante hipócrita, me traicionan con
comuniones sacrílegas”…
Jesús habría
continuado, pero yo me vi obligada a exclamar: “Jesús, Jesús, yo no puedo
más!... ¡Si pudiese!...”
Jesús estaba conmovido; se paró un poco, y luego prosiguió dulcemente: “Hija,
tengo necesidad de almas que Me consuelen, cuando son tantas las que Me
disgustan. Tengo necesidad de víctimas, pero víctimas de verdad. Para calmar
la ira divina y justa de mi Padre celestial, necesito almas que con sus
padecimientos, tribulaciones y asperezas, satisfagan por los pecadores y los
ingratos. ¡Oh, si pudiera hacer comprender a todos cuan irritado está mi divino
Padre contra el mundo!... Nada hay capaz de contenerlo. Esta preparando un
castigo terrible para todo el género humano. ¡Cuántas veces he tratado de
calmarlo! La vista de mi cruz y mis padecimientos no son ya bastante a
contenerlo. Muchas veces Le he calmado presentándole un grupo de almas
escogidas, de víctimas heróicas. Sus penitencias, sus asperezas y sus actos
heróicos Le han aplacado. También ahora para aplacarlo Le he presentado alguna
de estas almas, pero Él me dice: “ No, no puedo más.” Y es que estas almas,
hija mía, no pueden bastar para tanto. Son pocas.”
Se me ocurrió entonces preguntarle: “¿Y cuales son esas almas?” A lo que
Jesús: “Las hijas de mi Pasión.” Quedé asombrada, porque yo pensaba si serían
las sepultadas vivas, por ser las más escondidas. Jesús continuó. “Si supieras,
hija mía, cuántas veces he visto calmarse a mi Padre, presentándole estas
almas!.. pero ahora son muy pocas, no son suficientes.”
Yo callaba: “Hija mía –me dijo- escribe inmediatamente a tu padre
y dile que vaya a Roma, que exponga este deseo mío al Santo Padre, que le diga
que un gran castigo amenaza al mundo, y que necesito víctimas. Mi padre
celestial está sobremanera indignado. Yo os aseguro que si dan a mi corazón
la satisfacción de hacer aquí en Lucas una nueva fundación de religiosas
Pasionistas, aumentando así el número de estas almas, las presentaré a mi
Padre, y Él se aplacará. Dile que éstas son mis palabras, y que será el último
aviso que Yo le doy, habiendo manifestado sobradamente mi voluntad. Di a tu
padre que me de esta satisfacción.”
+&
'