Quisiera que me preparases tu gran palacio y me lo adornes y compongas para que pueda hacer contigo la mejor fiesta a la hayas asistido nunca. Puedo venir a verte y quedarme a vivir en esa tu morada. Para ello haz de limpiarla de toda suciedad y lanzar de allí toda maldad del mundo vacío que te rodea.
Debes sentarte y retirarte a meditar tus caídas y errores para poder así recibirme como cualquier persona enamorada hace; así es como se conoce el amor del que recibe hospedando a la persona amada.
Con mi gracia y mi clemencia te sentaré a la mesa que prepararé solo para ti y puedas saborear los dulces y los mejores manjares que te ofreceré en ese día grande.
Pídeme, rézame y no te preocupes. Yo soy el que llama a tu puerta, y si te faltase algo yo supliré lo que te falta, pero recíbeme. Obtendrás la gracia de la fe, de la devoción, porque tengo misericordia y lo único que quiero es que me llames y me quieras.
Si no tienes devoción, no te preocupes. Reza, llámame, llora si es preciso, y no ceses hasta que poco a poco te vayan llegando las gotitas saludables de la gracia.
Tú me has de necesitar e invitar y nunca despreciar la gracia que te ofrezco y dispón con diligencia tu corazón para recibirme. Así debes conservarte antes y después de recibirme para ir alcanzando más y más de esta gracia que te brindo.
Guarda silencio y recógete en algún lugar tranquilo hasta cuando yo llegue, así podrás gozar de tu Dios pues tendrás al que nadie te podrá quitar.
Te quiere,
Jesús
+C.
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