A su llegada y al verse abrigados, sintieron el deseo de arrebatarse mutuamente lo que les proporcionaba ese calor que tan feliz les hacía ese momento. Sólo cayeron lágrimas de sus ojos.
No quiero huir, le dijo, pero quiero que me enseñes el camino para no perderme de nuevo.
Entregando su voluntad a la tristeza, huyó.
Pasaron muchos inviernos gélidos como aquél, y su vista fallaba más cada día. Y temió no volver a ver los prados vestirse de color nunca más, para colmar de satisfacción su alma, como tantas otras veces sintió en aquél hermoso lugar.
Pero como cada año, se llenaron de sensaciones nuevas sus praderas; tantas, que aún estando completamente ciega, le acompañaron un sinfín de ellas que la naturaleza le brindaba cada día.
Estaba tan cansada y agotada que dejó de escribir en el ordenador. Sacudió el pelo en ademán de dejar de pensar en “Encuentro”, su última novela.
+Capuchino de Silos
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