Deberíamos, me decía pensativa, volver a vivir aquel precioso día
en el que elegimos ser mejor, con mayor perfección, y acordarnos de atesorar
aquellos bellos momentos dejando el mundo y su vanidad atrás; volver con Él,
morir con Él; creceríamos de virtud en virtud, engrandeceríamos en méritos
delante de Dios y cumpliríamos su mismísimo deseo. No debiéramos ser imagen
falseada, cosa que es muy habitual.
La memoria debería ser para nosotros, el lugar donde está el tesoro
de los que saben lo que quieren, la caja donde se guarda la verdad, el libro
más vivo que no debe ser matado por el olvido. Dios no puede caer en nuestro
olvido nunca y… ¡es tan fácil que lo olvidemos!
Con las palabras de S. Pablo podemos sentirnos aliviados: “Sólo
Dios tiene inmortalidad y en Él viven todas las cosas” Nosotros tenemos la
memoria muy débil.
Tengamos más en ella el deseo verdadero de Dios y no fingido, el que
es grande y no pequeño, para que nuestro corazón pueda llegar a conocer que el
Señor desea el alma que lo ama. Él continuamente la llama y nunca la olvida.
Ese debería ser el principio de nuestra alegría y de nuestra vida.
Desearlo y suspirar siempre por Él; ahora más que nunca; dentro de
muy poco se hará pequeño.
No olvides que mañana empieza el Adviento y entra un tiempo
precioso de esperanza
+Capuchino de Silos