Muchos
años, quizás desde antes de nacer, decía mi amiga algo turbada por el
comentario, estuvo rezando sin parar de rezar mirando fijamente a nuestra
Señora y a su Santísimo Padre. Siempre los tuvo en su corazón con los ojos bien
abiertos y ese recogimiento que debe tener todo cristiano que se precie. Ese
recogimiento lo aprovechaba y lo aprovecha cada día y lo guardaba y guarda para
sí muy bien escondido. Hoy, calla y esconde esa gracia porque sabe que a los
que reciben esa gracia deben esconderla como un gran tesoro y cubrirla con los
siete sellos para que nadie pueda abrir ese gran caudal. Sería de ser ingrato
mostrar esos bienes celestiales y revelar las obras que regala Dios. Es mucho mejor guardarlos para sí.
Ese
es el recogimiento que quisiera para mí, le contesté.
Si, pienso igual. Él
va siempre delante de nosotros y regala esos granos de trigo que nace de la
buena tierra bien abonada para que el fruto se multiplique en otros.
Por
eso nos da Dios la gracia de hablar, la desenvoltura de las manos, la fuerza
del cuerpo, y la claridad del entendimiento, para que usemos esos dones que es bueno para nuestra salud y el provecho del prójimo.
Tanta
fue la caridad del Señor, siguió diciendo, que nos regala lo que conviene para el
bien y la salvación de nuestras almas.
Con
esas palabras seguimos caminando contándome todas las historias del sereno y
luminoso verano.
+Capuchino de Silos